Vivimos en un mundo de exclusión. Lo que quiero decir con esto es que parece que concebimos el mundo por polos de pensamiento o identidad, por estereotipos que no pueden ser concebidos a la vez. Es normal, forma parte de la síntesis analítica que debemos hacer del mundo para comprenderlo, pero lo común también es que, conforme vamos conociendo y sabiendo, estas exclusiones se alivien. Puede llover y hacer calor al mismo tiempo. Si vamos a la nieve debemos protegernos de los rayos del sol. Puede que un día estemos tristes sin razones para estarlo. A veces apetece cenar tostadas. Hay abuelos con más energía que sus nietos, hay guardias civiles que votan a Izquierda Unida. Esto lo vamos comprendiendo y naturalizando con los años, pese a que algunos se sigan empeñando en desmentirme, lo que también forma parte de la natural paradoja social del mundo.
Entre estas dicotomías históricas está la del intelectual que no puede ni quiere mezclarse con actividades físicas. Cuerpo y mente alejados, irreconciliables, el uno del otro. Como si la persona letrada debiera estar recluida siempre en su habitación impermeable, pensando las 24 horas del día en cosas interesantísimas y alejados de todo lo que pueda considerarse actividad no inteligente. Como si la persona que se atarea en actividades físicas no cogiera nunca un libro o se interesara por alguna manifestación artística. Digo yo que entre los deportistas, como en una muestra representativa de la sociedad, los interesados en arte serán cuatro gatos. Pues como siempre.
Aunque ilustrísimos escritores como Camus, Pasolini o Nabokov ya se hayan ocupado de abarcar este asunto, no solo desde la escritura sino con el ejemplo, todavía hay multitud de personas que piensan así y afloran, con exquisito don de oportunidad, en estas fechas de mundial de fútbol. “Así es como tratan al pueblo, pan y fútbol”, “Eso es lo que quieren los poderosos, que veamos todos los días partidos”, dicen mientras pasan medio día en el móvil o se tragan bodrio tras bodrio en Netflix.
¿Qué sensibilidad de cartón piedra puede tener quien no ha visto belleza en una jugada de Messi, un revés de Federer, una asistencia de Ricky Rubio o, de otra forma, menosprecia que alguien pueda sentir emoción por estas cosas? Seguramente el mismo tipo de persona que no habla nunca con una persona que no piense como él, que no trata de comprender, de leer una situación en que los puntos de partida parezcan difíciles, el mismo tipo de persona que no va a la profundidad de las cosas, que no escapa del yo para pensar desde el colectivo. Valores y actitudes que, por otro lado, te enseña el deporte.
Desde este domingo estoy intercalando, día a día, mis lecturas y mis seis o siete horas de estudio para una oposición con el mundial de fútbol. Un deporte que yo, con millones y millones de personas, vemos como una de las cosas que es: un interminable desfile de héroes y villanos, tragedias, dramas, cantares de gesta, una serie de acontecimientos que resumen lo que es la vida en 90 minutos y que, seguramente, merezca ser tomado en serio.