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Habladurías

Granada-Córdoba

Letrero a letrero va cambiando el paisaje: olivos, trigales, girasoles… Este autobús cruza un país saturado.

Publicado: 18/05/2021 ·
21:18
· Actualizado: 18/05/2021 · 21:18
  • Campo de amapolas -
Autor

Cristóbal Domínguez Durán

Dedica la mayor parte del tiempo a la lectura, la escritura y la docencia. En ese orden. Luego hace otras cosas

Habladurías

Hablaremos aquí de temas variopintos. Nuestro viaje no tiene un rumbo claro

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He tomado el segundo café de esta mañana en la terraza de una cafetería frente a la estación de autobuses. Todavía queda un resto de niebla subiendo ya casi diluida sobre la vega. En esta avenida abierta ya no queda ningún contorno no alcanzado por la luz.

Recuerdo que un verano solía venir mucho por esta zona. Tenía clases en mi primera academia, un puesto donde comprar tomates para comerlos, abiertos, al llegar a casa y la radio en los auriculares mientras se hablaba lo difícil que estaba formar gobierno, que nadie quería hablar con nadie. Luego pensaba en la Historia que daban los chavales en la selectividad, en los gobiernos democráticos como un brazo fantasma del turnismo.

Acabo de hablar breve tiempo por teléfono con un amigo que me dice que no hará nada el domingo. Como siempre, los domingos son días para arreglar, tener a mano los libros que te hermanan con el mundo, dejarte querer.

El autobús está medio vacío pero no puedo dormir. Me vendría tan bien dormir. Pero salgo de un túnel y veo sucesivas fanegas manchadas por el rojo de las amapolas, manchas grandes y pequeñas dispersas de distintas formas. Igual podría escribir bonitas metáforas sobre lo pictórico de lo que veo pero lo que se me viene a la mente es aquella novela en la que el cabecilla de una secta usaba un proceso con las semillas de las amapolas para drogar a los fieles.

Así va pasando la mañana. Siempre me había ocurrido que en los viajes me crecía el yo, se hacía muy distinguible del ellos. La continuación del paisaje en la ventanilla hacía que ahondara muy adentro, pero llevo un rato observando y pensando y se me hace muy difícil olvidar el plural, no logro separar los pronombres.

Letrero a letrero va cambiando el paisaje: olivos, trigales, girasoles… Y la extraña mezcla de palabras en los asientos que van articulándose a lo largo del pasillo como una masa. No podemos atravesar este pasillo tan lleno de significados pero este autobús cruza un país saturado.

Hemos pasado el mediodía y el sol del mes de mayo aprieta, en todo lo que llevamos recorrido no han aparecido rastros de ninguna bestia. El ganado que haya en estas tierras está guardado. Recuerdo que de pequeño imaginaba que el sonido de las cigarras invisibles eran en realidad las piedras silbando, a punto de estallar por el calor.

Me vuelvo a acomodar bien al sillón, echo hacia atrás la cabeza buscando el sueño y me da por pensar que el sueño real es el colectivo. He visto en el paisaje multitud de objetos inertes: casas derruidas, alambrados, torres de luz… Objetos que permanecen y traspasan el umbral de nuestro tiempo. Esa casa quizá alojó a principios del siglo pasado a unos cabreros. Esas torres están intactas y son de aquella serie que se instaló en los años 70’. El alambrado se parece a aquel que saltaba en mi infancia con mis amigos. Al final todo aquello que permanece es lo que no vive.

Por fin veo Córdoba. No importa que no cuente el resto del viaje. Importa que estos apuntes dispersos alcancen a nombrar la vida.

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