Vivir para ver

Publicado: 20/05/2024
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Y el lector percibe cómo se agranda el silencio y le fallan las fuerzas para salir de la página
Adornar, intentar embellecer un lugar es la definición de decorar. La hablilla ha decidido ocuparse de algo que se suele hacer continuamente, reparando en ello solo cuando compramos un detalle para dar un toque personal, por ejemplo, a una habitación,principiando un cambio a corto plazo. Esta decisión forma parte de un proceso iniciado mientras dura una limpieza a fondo, el pintado de las paredes o al acabar unas obras de reforma. Cualquiera de estos casos se ha paseado por el pensamiento a partir de la mudanza de los muebles o un barnizado que cubra no ya sus años, sino el deterioro, mientras esperamos el visto bueno del bolsillo. Afortunadamente, al crédito, al pago aplazado se une el mercado de segunda mano, la restauración hecha por uno mismo o la originalidad al elegir y combinar elementos que nunca habíamos pensado destinarlos a adornar.

Conocemos las ventanas emergentes, esas que aparecen ocultando parte de la columna que estamos leyendo en la pantalla, obligando a tocar la equis para evitarla y a la que casi nunca atinamos. Al desplegarse pueden verse imágenes curiosas en una primera impresión. Sin embargo, una vez se esfuma la curiosidad, el mensaje y la posterior conclusión pueden ser desoladores.

Con uno de ellos pasó lo anotado. El grosor del dedo propició la foto de una sala de estar tan elegante como el título del enlace, logrando un ambiente refinado por la distribución y el color de los elementos elegidos para decorarla, a saber, libros de gran tamaño. La fotografía resaltaba la paz, la privacidad en una composición minuciosamente estudiada. Un trabajo muy logrado, no cabe duda, porque cumplía su objetivo, mostrar otra función de los libros yacentes, apilados de mayor a menor, condenados a permanecer inertes y mudos bajo los ceniceros, unas tazas de café y jarrones vacíos o con ramas de hojas secas. Una decisión respetable, porque la casa es la proyección de uno mismo, su universo, su fortaleza, pero si se muestra, abre la puerta a la opinión. Y el lector percibe cómo se agranda el silencio y le fallan las fuerzas para salir de la página, porque le apena comprobar que aquellos chistes alusivos a la compra de volúmenes por metros son ciertos, que las cortinas de una sala también se habrán colgado a juego con sus lomos.

Estábamos acostumbrados a ver revistas y floreros sobre una mesa de centro y si era un libro, lo sabíamos esperando a ser retomado. Quizás como estos.

Vivir para ver.

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