Su restaurante recuerda la vida del cocinero entre sus piedras y mientras una parte se confiesa original, con su pequeño espacio desde la barra hasta la pared en el que apenas cabe una hilera de mesas, la terraza es uno de los lugares más ambientados en verano. Tiene reminiscencias de los chiringuitos vestidos de fiesta permanente de los años 80. Los salones explican cómo ha crecido el negocio y se ha adaptado al nuevo gusto por los sitios recogidos, por la calma.
Pepe Catena, que está al frente del emblemático restaurante, junto a un equipo del que dice que forman una auténtica “piña”, tanto que cuando pasan más de dos semanas fuera del local sienten la falta de estar en el negocio, lo que demuestra que están absolutamente enganchados a una forma de vida que también reconocen que es muy sacrificada.
En el año 61 los padres de Pepe Catena tenían un bar para labradores. Cuando lo abrieron sus hermanos y él iban al colegio todavía, pero no tardaron mucho en ayudar a sus padres en sus quehaceres en el local. Continuó sus estudios, primero como oficial industrial en Motril y luego Magisterio en Granada, los cuales finalizó con éxito. A pesar del esfuerzo que supone el estudio de una carrera, siempre volvía los fines de semana para contribuir con su trabajo al bar. Además, no se podía permitir el lujo de suspender puesto que tenía que trabajar los veranos y no le habría quedado tiempo para recuperar asignaturas pendientes.
Cuando se marchó a dar clases en un instituto, tras finalizar su carrera, ya sabía que la cocina era su vocación. También lo debía saber su padre, cuando le propuso que se quedara al frente del negocio familiar. Los años pasaban por él y su madre y el negocio iba creciendo. Numeroso público venía expresamente a probar su cocina, compuesta esencialmente por “cuatro platos elaborados muy artesanalmente y con mucho cariño”, según recuerda. Si Pepe cogía las riendas del negocio, ellos se podrían permitir mantenerse en un segundo plano más descansado. Le costó tomar esa decisión, de la que nunca se ha arrepentido.
Los cambios no se hicieron esperar. Al bar y posterior “chambao” le siguió una terraza hecha por ellos mismos a base de hojas de palmera. Siguieron con las migas, las sardinas, las paellas, las patatas a lo pobre y con alioli … Corría el año 77 y ya entonces el público desbordaba el local.
Fue preciso ampliar la superficie del restaurante. Poco a poco se fueron incorporando nuevos platos a la carta, siempre a partir de la cocina local. El verano de 1978 el bar estuvo aún más lleno que el anterior -según relata Pepe Catena-, cada vez eran más populares. En 1979 también se lanzan a la aventura de montar una discoteca, la cual tuvo muchísimo éxito y que forma parte de las historias de juventud de multitud de treintañeros y de los de algunos años más …
De ser un negocio familiar a tener más de 20 trabajadores en plantilla. Había dado el salto a empresario.
En los años 80 el negocio atravesaba un crecimiento “disparatado”. Venían clientes expresamente desde Almería, desde muchas partes … El boca a boca se había convertido en su mejor publicidad.
Aunque en los años 90 se planteó montar un hotel, ahora reconoce que quiere quedarse como está. El público siente auténtico aprecio por este local y éste se lo devuelve combinando las últimas tecnologías con una cocina tradicional de la que se proclama un auténtico defensor.
Por su nombre
Una de las cosas que critica abiertamente Pepe Catena es la manía de algunos cocineros de no llamar las cosas por su nombre. “Es una cuestión de respeto. Un cocinero no puede cambiar, por ejemplo, la salsa marinera. A veces se escucha a alguien asegurar que hace la salsa tártara de un modo diferente al habitual. Yo creo que entonces no hace salsa tártara. Creo que la cocina es tan antigua que nos debemos a ella. Las salsas fundamentales ya están creadas y es necesario valorar al autor que la creó. Podrás tener un horno que elabore mejor y más rápido un plato cualquiera, pero con la misma receta”.