La Isla Saltés, en el corazón del Paraje Natural de Marismas del Odiel, en Huelva, se convirtió en la época franquista en el lugar idóneo para el traslado de presos republicanos, un auténtico campo de concentración con barreras naturales al que se estima pudieron llegar más de 7.000 personas.
El periodista onubense Rafael Moreno abunda en esta realidad en su libro 'Perseguidos' en el que, apoyado en documentos y testimonios reales, traza los pormenores de lo que estos represaliados vivieron en este lugar, ubicado entre Huelva y Punta Umbría.
Reconoce el autor, en declaraciones a Efe, que es "poquísimo" lo que aún se conoce del que fuera uno de los 188 campos de concentración que durante la época franquista se ubicaron por toda la geografía nacional, un lugar "siniestro" donde el Ejército de Franco trasladó a miles de presos republicanos que fueron capturados tras la caída de Cataluña en febrero de 1939.
Era un lugar adecuado para la concentración al ser el escape difícil por estar rodeado de agua, repleto de esteros y caños de marismas, fangosos e intransitables hasta para los mariscadores.
De los sinsabores que sufrieron los que allí entraban fueron testigos de excepción los habitantes de Punta Umbría (Huelva), ya que desde sus calles era y es visible esa isla en la que malvivieron miles de personas en condiciones lamentables.
La labor investigadora del historiador Francisco Espinosa en torno a este espacio, así como de los ubicados en el 'Muelle Pesquero' y el de San Juan del Puerto -los otros dos campos de concentración localizados en Huelva- y el trabajo 'Internamiento y trabajos forzosos, los campos de concentración de Franco' del profesor de la Universidad de Zaragoza Javier Rodrigo, fueron los hilos que sirvieron de base a Moreno.
Partiendo de estos datos objetivos, el autor se apoya en testimonios como el de Emilio Fernández "el Platero" o el recogido en el diario del preso Tomás Gento Álvarez para dar forma a esa "cruda realidad" vivida por estos prisioneros de guerra.
Asegura que de no haber salido a la luz el comunicado redactado por el entonces gobernador militar de Huelva, Enrique Fernández Rodríguez de Arellano, solicitando ayuda a la población para acondicionar los campos de concentración de Huelva, entre los que se cita Isla Saltés, "nunca se habría conocido su existencia".
A raíz de este trabajo, Moreno no duda en afirmar que la Isla Saltés "fue un gran complejo de represión y reclutamiento al que llegaban los presos en mercantes atestados y los descargaban, como si fueran ganado, sin más posesión que la ropa que vestían y sin luz, agua ni comida, ya que la estructura con la que contaba este campo era mínima".
El periodista cuenta que según las listas oficiales fueron unos 3.900 prisioneros los que se hacinaron en este paraje natural, si bien, algunas personas que vivieron aquella barbarie precisan que llegaron a ocupar Saltés hasta 7.000 presos que "deambulaban como almas en pena" y que, a escondidas, eran ayudados por las mujeres de Punta Umbría que, buenas conocedoras del lugar, accedían a la misma a través de la zona de la Peguera.
Miles de almas que "permanecían allí durante meses a la espera de su traslado" pues Saltés era "un lugar temporal" al que llegaban sin conocer aún los resultados de la orden general de clasificación dictada para los prisioneros de guerra.
Tras ella, eran reconocidos como afectos, a los que se trasladaba a las trincheras franquistas; desafectos, a los que sometían a juicio militar con la correspondiente condena; y dudosos que eran condenados a trabajos forzados.
Fue un lugar "infernal" pero "no se tiene constancia de que fuera un campo de exterminio, en él morirían muchos de hambre o torturados pero no está demostrado que hubiera exterminio masivo", dice el autor.
Sea como fuere, la Isla de Saltés esconde una historia más allá de sus valores ambientales y ecológicos, una historia de barbarie, de desesperanza y desilusión en la que su propia ubicación natural sirvió como lugar de presidio para muchos españoles, jóvenes y no tan jóvenes, que formaron parte del bando perdedor.