Visitar la localidad andevaleña de Alosno siempre resulta gratificante. Situada en el mismo corazón de la comarca, blandida por el blanco existencial de sus casas y el color rojizo deslizante que destellan sus tejados al sol de todas las mañanas, así describe un paisaje único, insustituible, del que siempre habla el polifacético escritor y flamencólogo alosnero Santiago Osorno Orta.
Pasada la localidad más cercana que lo delimita conforme se llega desde Huelva, San Bartolomé de la Torre, y metido de lleno en las sinuosas curvas, entre olor a jara, lentisca y cherrines, se empina Alosno, por delante del paisaje inmenso de las faldas de los encrespados cerros andevaleños, adelantando su conglomerado de casas rematadas por las espadañas de la iglesia de Nuestra Señora de Gracia. La imagen, en lontananza, imperecedera de El Cerro del Águila, donde se venera a la Virgen de la Peña.
Al llegar a Alosno se respira el clamor del arte, pues en esta tierra se gesta en totalidades el pasado y el devenir de unos de los cantes ancestrales del flamenco, el fandango. Y es el fandango el que marca en muchas de las actitudes muchas de las situaciones sociales de la localidad, desde los apartados lúdicos y festivos.
Y se presenta Alosno en el mejor de los celuloides a la entrada con El Portichuelo, donde estuvimos Lidia Jiménez y yo con Niño Miguel, con 'Siete cuartas' y Juan Mora,donde acudían Bowie, Juan Díaz, Sebastián Perolino, Morón, Carrasco, Antonio Rastrojo, Marco Jiménez, María la Conejilla, Manolillo el Acalmao, Antonio Abad, Fernando Camisa, Juana María de Felipe Julián, Bartolo el de la Tomasa, Paco Toronjo, etc.
La magia festiva rompe su esquema con la celebración de las Cruces de mayo, la Cruz Grande y la Cruz Chica, o la de “la perrilla”: encajes de bolillos, peinetas, mantones de Manila, papelillos y espejos convexos en marcos labrados en madera del siglo XIX, conforman ese paisaje festivo de las distintas cruces, que se ven aleccionadas por las “colas” de alosneros visitantes de todas las latitudes. Se oye el fandango y le echa un pulso a las sevillanas bíblicas, a las más antiguas sevillanas.
Alosno, por San Juan Bautista, es un punto de encuentro de variada procedencia. Los hay que llegan desde Holanda, Alemania, Francia, etc., interesados por estas ancestrales fiestas. Grupos de ellos se tomaron total interés siempre por los cantes variopintos de esta tierra, y es que, los cantes y bailes cobran su mayor dimensión por estas fiestas con la salida del Santo, con el danzar insoslayable de los cascabeleros hasta su recogida.
Contrapunto de luz y color en los primeros soles del estío. En una esquina cualquiera, que rompe el quejío del fandango, se refresca el gaznate con la “mitailla” de aguardient, y sobrevuela el espíritu del Papa del fandango, Paco Toronjo. Estilos propios, único sin emulación, alosnero en todas las actitudes de los cantares. La noche de San Juan envuelve al pueblo en su magia y el embeleso misterioso, y con su halo atrae y afloran extraños sentires.
La danza de los cascabeleros se inicia desde la casa de la Hermandad y salida de estandartes, y es que en la madrugada de este singular día, a partir del alba, es cuando se cumple el rito más antiguo que le da empaque y prestancia a la fiesta: “La Alborá”, que consiste en recoger de sus hogares a los principales hermanos, y estos, a su vez, invitar con dulces y aguardientes. El fandango levita, va y viene, en este discurrir festivo de las noches alosneras: /Calle Real del Alosno/ con tus esquinas de acero/ es la calle más bonita/que rondan los alosneros/.