Mientras se vota la investidura de Sánchez, puede que aún sin ministros, ni rojos ni morados, se acerca un posible gobierno de coalición, rareza en España. Las incertidumbres, las mismas durante tres meses, continúan en un proceso que puede descarrilar en cualquier momento y cuyas consecuencias conoceremos con el tiempo. La única certeza es que la política española está dirigida por los intereses de partido, de grupo y personales.
Desde el 28A hemos asistido a una no-negociación que PSOE y Podemos sabían inevitable. Los motivos para rehuirla, y sus posteriores movimientos, eran solo electorales e internos. Una muestra es que han sido dos especialistas en marketing político, los jefes de gabinete de Sánchez e Iglesias, Redondo y Gentili, quienes dirigen; no estadistas, sino expertos electorales.
Sánchez erróneamente intentó un gobierno con C´s pero se vio obligado a sentarse con Iglesias, dejándose por el camino gran parte de su credibilidad, la de quien llegó a secretario general con el discurso de Podemos y a Moncloa por las negociaciones de Iglesias. Dejar ahora a Pablo sentarse a su lado, ocupar su espacio y darle un perfil de gobernabilidad, era demasiado. Así que ha mentido chapuceramente y mostrado su complejo de inferioridad ante Iglesias, confiando en que éste no cediera, para llegar a otras elecciones habiendo acabado con Iglesias, único responsable del desastre, y abrazando a Rivera. Gran riesgo éste, que podría costarle el cargo.
Iglesias ha evitado ser el culpable de las nuevas elecciones, en las que le esperarían Errejón y los defenestrados de Podemos, y rehuir así la pinza del PSOE. Sin embargo, se queda fuera del gobierno. Será un “fiscalizador”, libre pero sin ser un “hombre de Estado”, que era su objetivo (cohesionar Podemos alrededor de un Iglesias ministro), y enfrentado a los incumplimientos del PSOE.
Sánchez ha conseguido el principio del fin de Iglesias, abriendo el Estado a Podemos, y si se niega a última hora, a cambio de poder perder la Moncloa. Iglesias se sacrifica a cambio de mantener el control de Podemos.
Mientras el juego sigue, España es un país subordinado, con una deuda que aumenta, sin margen de maniobra y cuyos problemas se acrecientan, sin contar una posible recesión. Necesitamos un gobierno que afronte este escenario pero lo que tenemos son políticos tacticistas, con capacidad para adaptarse mejor o peor a las circunstancias en las que se desenvuelven, es decir, meros gestores preocupados de lo suyo, pero no gobernantes.