Tras los incidentes de las últimas semanas en la provincia de Jaén: el desplazamiento de la base logística militar a Córdoba en el último segundo, y los desagradables incidentes en Linares, saco dos conclusiones, en primer lugar, el ejercicio de la política solo busca el propio beneficio y, por extensión, el del partido al que se pertenezca, no se ejerce un pensamiento crítico, no puede existir, algo que sí ocurre, por ejemplo, en Gran Bretaña. La férrea disciplina de partido en España perjudica decisiones que podrían favorecer al pueblo que ha elegido a dichos dirigentes; en segundo lugar, la información en la actualidad no se limita a informar, sino que se dedica a manipular la información basándose en un modelo clickbait, (nihil nova), como hemos visto hasta la saciedad en los telediarios en las últimas semanas, nadie se hizo eco en la televisión—o muy brevemente—del supuesto pucherazo dactilar de la vicepresidenta a favor de su tierra.
La información dada desde diferentes canales y plataformas retransmitió principalmente lo más sonado esos días: la violenta paliza a un padre y a su hija por parte de unos policías,(parecía que Linares era un polvorín), dejando así de lado el atropello institucional cometido en Jaén con el salvoconducto del gobierno central, y la aquiescencia del gobierno andaluz, que miraba desde la barrera lo que sucedía en el patio trasero de su Andalucía, esa que ellos se encargan menos de publicitar, esa que recibe menos turismo, esa hermana pobre a la que engañan con una supuesta riqueza que solo se queda en manos de los mismos, el supuesto oro líquido que tanto tiene que ver con la pobreza de esta tierra.
Estamos acostumbrados a un periodismo televisivo efectista, de mayorías, muy victimista y poco crítico, nada reflexivo. Es la telecinquificación de la información. Acostumbrados a que nos enseñen las consecuencias en forma de acto, pero que nunca expliquen la causa del hecho, y, lo malo, es que hemos llegado en Jaén a entender las causas que este pobre periodismo televisivo nos trata de contar, y hemos sido capaces, en ocasiones, de llegar a convencernos de que otras capitales andaluzas sean mejor que la nuestra, o a ser condescendientes con nuestra propia causa y entonar un: ¡ea! interno, aceptando la derrota de antemano.
Algo similar ha ocurrido en Barcelona encarnado en la forma de un rapero y la supuesta libertad de expresión, que no era tal, ni algo parecido. Las protestas de Barcelona han ocurrido en una minoría exaltada, de nuevo la información desvía la atención a hechos, que, si no aislados, sí son minoritarios, no representativos ni de una ciudad, ni de una edad, ni en defensa de la libertad de expresión.
En esas estamos, celebrando el día de una Andalucía para mí muy dudosa o desdibujada en una maraña de medias verdades y mucha desgana, intentando tragarnos las mentiras que tantas veces le han contado a esta tierra: autovías interminables, trenes que desaparecen, Colce que hubiese reactivado una provincia tan necesitada de inversiones que no llegan. No se engañen, yo este año tengo poco que celebrar de Andalucía, este chiste ya no me hace gracia. Dura demasiado. Siempre se ríen de los mismos.