A principio de los cincuenta había una espectacular joven que visitaba con frecuencia a unos familiares que tenía en calle San Juan y su paso despertaba la admiración de los niños y especialmente de los mayores.
Por aquellos años (la década de los 50), salvo muy raras excepciones, la gente no vestía precisamente bien debido no sólo a la falta de recursos, sino también a la escasez de ropa. Los más pudientes exhibían las inevitables corbatas y camisas blancas y se tocaban con sombreros de fieltro, ya que era la moda al uso.
La mujer era otro tema, pues para estar más guapa necesitaba de menos dinero que el hombre y sobre todo porque aún en las condiciones de vida más difíciles siempre las féminas han sabido mantener el tipo y bien por habilidades propias o de amigas y vecinas, la cosa es que estaban más acorde con las tendencias imperantes de la moda.
Cuando todavía vivía en mi querida calle San Juan, que tantas veces he sacado a colación en estos reportajes, muchos niños poco acostumbrados a los perfumes en boga, nos sentíamos especialmente atraídos por una esplendorosa jovencita que guardaba un enorme parecido con la artista mejicana María Felix, y que con relativa frecuencia pasaba por la calle para visitar a unos familiares.
Siempre que aparecía por la esquina de Ballester (hoy Santos), corríamos a sentarnos en los escalones de algunas de las casas del trayecto por las que tenía que pasar la chica. No recuerdo si por efecto del clásico adoquinado o bien a consecuencia de los tacones de aguja que portaba la joven, su andar era contorneante en exceso, lo que hacía que su paso despertase la admiración tanto de niños como de mayores, muy especialmente de estos últimos.
Pero sin ningún género de dudas, lo que más nos impactaba a los pequeños era el penetrante perfume que emanaba, que por aquel entonces relacionábamos con el jazmín, aunque no cabe duda que sería una cara esencia adquirida en Gibraltar.
Las películas más en boga, aparte de las del Oeste, eran las mejicanas, y en ellas era habitual ver a la pareja formada por María Felix y Jorge Negrete, que marcaron tendencias en la moda de los cincuenta. Al que desde luego no se podía tomar como árbitro de la elegancia era al genial Mario Moreno Cantinflas, actor también de nacionalidad mejicana, que nos hizo pasar muy buenos ratos en sus peripecias en la pantalla.
Una tarde de verano se formó un gran revuelo en San Juan, en donde se encontraba ubicada la Comisaría de Policía, concretamente en el número 17.
La clásica Radio Macuto difundió la noticia de que Jorge Negrete había llegado a Algeciras y que por imperativos de visados tenía necesariamente que visitar el recinto policial. No se pueden ustedes ni imaginar el despliegue femenino que se organizó, ya que en tropel se dieron cita en el callejón casi un centenar de mujeres de las calles próximas para poder contemplar de cerca a su ídolo.
Lo frustrante para las féminas fue que después de una larga espera llegaron en dos brillantes automóviles varias personas muy engominadas y embigotadas de buena presencia, pero que nada tenían que ver con el astro mejicano. La decepción fue unánime y aún recuerdo como el inspector Antonio La Torre trató de calmar a aquella multitud enfervorizada y triste y convencerla de que se había tratado de una falsa alarma y que alguien había querido gastarles una pesada broma.
El despliegue femenino imaginamos que tuvo que causar más de algún problema con novios y maridos, entre otras cosas porque el machismo era un síntoma imperante y más que evidente de la década, en la que sólo estaba permitido que los hombres piropeasen a las mujeres aunque no fuesen las suyas, y en esto la soldadesca jugaba un papel de primera mano, pero era impensable y considerado apostasía el que una mujer alabase de cualquier manera los atributos masculinos.