Hubo un tiempo en que el reconocimiento internacional al cine español era meramente en clave autorial: Buñuel, Saura, Garci y Trueba -como ganadores de un Óscar- y Almodóvar.
No sólo eso; el público español decía que no veía más películas españolas porque no se parecían a las de Hollywood, más allá de aquel falso mantra de que aquí sólo se hacían películas de la guerra civil.
embargo, todo eso ha cambiado en las últimas dos décadas de la mano de una nueva generación de realizadores liderada por Amenábar, criados a partir del concepto del cine como espectáculo y captados, formados y curtidos en muchos casos en los grandes estudios norteamericanos: Rodrigo Cortés (Enterrado), Juan Carlos Fresnadillo (28 semanas después), Nacho Vigalondo (Colossal), Paco Cabezas (Tokarev), Jaume Collet-Serra (de Infierno azul a todas las que ha dirigido a Liam Neeson son puro entretenimiento) y, en un plano más autorial, Isabel Coixet, forman parte de los impulsores de un nuevo cine español que cuenta desde hace algunos años con un referente más, Juan Antonio Bayona.
Debutante con El orfanato, logró reconocimiento internacional con Lo imposible y estuvo al frente de los primeros episodios de la brillante serie Penny dreadful. Después vino Un monstruo viene a verme, pero la película que define su talento y su extraordinaria capacidad para asumir una superproducción con sello propio fue Jurassic World.El reino caído, sin duda la mejor de la nueva trilogía producida por Spielberg.
Lo que ahora hace más grande aún a Bayona es que todo ese bagaje lo haya puesto al servicio de una superproducción española que, además, destierra definitivamente ese otro estigma que pesó durante mucho tiempo sobre el cine español, que no existía como industria.
Una superproducción, por otro lado, arriesgada, en el sentido de que la historia en la que se basa La sociedad de la nieve es conocida por todos y ya ha sido llevada al cine y descrita en varios documentales. Sin embargo, es la naturaleza creativa de Bayona la que la convierte en algo diferente, tanto desde el punto de vista narrativo -a través de los ojos y la voz de uno de los pasajeros-, como del desarrollo dramático de los hechos -el hecho de que coman carne humana no es lo más relevante-, haciendo partícipe al espectador de una experiencia en torno a la capacidad de supervivencia del ser humano.