Es un pregón, sin serlo. Es teatro, sin serlo. Es poesía, flamenco, danza, sin terminar de ser nada de eso. La Línea de mis sueños es un espectáculo misceláneo, que nace de la intimidad de los pensamientos y los recuerdos de Ángel Garó, y que explota como un incontrolado reguero de sentimientos en el escenario de su tierra.
Al principio de la representación, en una confesión desnuda que el artista linense realiza a su aparición, transmite al espectador la idea de que todos los textos, “absolutamente todos”, los escribió en Madrid, en una emigración artística donde el actor también empezaba a soñar.
Quizás allí ya imaginaba poder volver a su tierra para devolverle sus años a sus paisanos con un espectáculo que acaba siendo todo lo anterior, pero dentro de una ensoñación.
La escena comienza en un patio de vecinos, donde Ángel Garó intenta reproducir los recuerdos de su infancia, de su familia, de la humildad de un estilo de vida en periodo de extinción.
Un cuadro costumbrista al que no le falta ni un solo detalle, y que va cobrando vida con las pinceladas del niño que fue. Ángel Garó ya ofrece en escena el tuétano del espectáculo, el del recitado de pequeños fragmentos poéticos de aquellos recuerdos.
Y lo hace al compás de la música que destilan Gaspar Rodríguez a la guitarra, Agustín Carrillo a la flauta y El Nene a la percusión; y de Son de Sol a las voces de un cuadro flamenco perfectamente integrado en la estética imaginada por el linense.
El artista se mueve por el escenario con una fuerza desgarradora, llorando, exaltando y clamando sus sentimientos más con la pasión embrujada de una Lola Flores que la de un recitado esquemáticamente ensayado.
La pobreza, el trabajo de su padre en Gibraltar, el dolor de tantos que tuvieron que emigrar, el olor del puchero de su madre, el color de los jureles de su abuela, la gracia de un vecino gitano, que le llamaba “piojoso”...
Brotes anecdóticos de una ciudad tan vivida como soñada por Ángel Garó, tan real y recordada como poética y exaltada en un derroche estético y literario que se desparrama por el escenario en distintas escenas.
Escenas que son presas del tiempo, motor omnisciente del recuerdo, y que pasan por los distintos momentos del año de los linenses, con la Inmaculada, la Navidad, el Carnaval... y la Semana Santa.
Momento de eclosión del espectáculo, en el que un David Morales que ha ido coqueteando por las tablas lleva el clímax al patio de butacas en una encarnación espeluznante de diferentes imágenes de Jesucristo en pasos cofrades de la ciudad, escenificando de forma prodigiosa su paso mecido por las calles de La Línea, todo adobado en un misterioso y frenético compás de soleá.
Es algo más de una hora ya de espectáculo, y su extrema sensibilidad se ha traslado a un público ya entregado, que asiste prácticamente de pie al final, en el que varios actores recrean sobre las tablas un cuadro de Cruz Herrera en el que la joven vestida de blanco alegoriza a La Línea.
Momento cumbre en el que el artista se va despidiendo de su público, de sus sueños y de su pueblo. Ángel Garó recita, canta, baila, habla, ríe, llora, grita... Un derroche de entrega sobre el escenario.
El Salón de Actos del Palacio de Congresos se puso en pie al completo en una clamorosa ovación. La Línea demostró una vez más que, ningún pueblo de la comarca como él sabe querer a lo suyo. Y se reconoció a sí mismo, adormecido, en el más dulce sueño.