Hay un sector de la crítica que sostiene que Steven Soderbergh es mucho más efectivo cuando dirige superproducciones y cine de entretenimiento que cuando se pone en plan autorial. Es decir, hay quien prefiere quedarse con Erin Brockovich, Ocean’s eleven, Traffic, Contagio, Indomable o Un romance muy peligroso, antes que con Sexo, mentiras y cintas de vídeo, El halcón inglés, Full frontal o su acercamiento al universo del Ché, como si su cine tuviera más de artificio que de experimentación, o fuera más valioso por eso mismo.
Y sin embargo, al tipo hay que reconocerle su empeño por la originalidad, aunque durante la última década haya terminado rendido a las producciones vía streaming -Detrás del candelabro o Dinero sucio- y a productos de dudoso interés -Magic Mike-. Pese a todo, hace un par de años sorprendió con una interesante película de intriga, Kimi, deudora del mejor suspense de Hitchcock, y puede que uno de los mejores retratos de la era post-covid hasta la fecha. Después dirigió otra interesante miniserie, Círculo cerrado, antes de volver de nuevo al cine con dos títulos que va a estrenar de manera casi consecutiva: Presence y Confidencial.
La primera ya ha llegado a los cines, una pequeña -y grande al mismo tiempo- película de terror en la que vuelve a contar como guionista con el siempre eficaz David Koepp y en la que la forma vuelve a estar por encima del fondo. Si eso implica que no gustará a sus detractores tiene ahora poca relevancia, pero lo cierto es que en este caso no es tanto artificio como originalidad, de manera que la “forma” se convierte en el principal atractivo a la hora de contar la historia del filme, ya que adopta el punto de vista del fantasma -la presencia- que habita en una casa que acaba de ser adquirida por una familia.
Ese punto de vista, el de una cámara subjetiva que va recorriendo el interior de la casa en continuo plano secuencia, no solo supone un hallazgo visual dentro del género, sino que se constituye en un reto de cara al espectador, convertido en inevitable voyeur, a semejanza del desconocido espectro, a la hora de ir construyendo la historia y las relaciones dentro de la propia familia, así como las heridas abiertas entre los padres y sus dos hijos adolescentes.
Soderbergh y Koepp huyen asimismo del susto y el sobresalto, desde el momento en que convierte al espectador en aliado del fantasma anónimo, y tienden más al trasfondo dramático y al suspense que, en realidad, sostiene la trama en torno a la que reaccionan los personajes, de manera que la película se mueve entre la radiografía de una familia media contemporánea y su vulnerabilidad a la hora de enfrentarse a acontecimientos que la sitúan fuera de su espacio de confort. Y dentro de esas relaciones sobresale la interpretación de una joven actriz hasta ahora desconocida, Callina Liang, que sabe captar nuestra atención cuando nos mira directamente en busca de respuestas.