En la carta radiofónica que Fernando Ónega dirigió a Jerez en diciembre del pasado año a través de Onda Cero, se traslucía un gran afecto por esta ciudad. Habló de sus fiestas, de sus monumentos, de sus bodegas, de su gente… Una carta que pronto se viralizó por toda la ciudad compartiéndose a través de redes sociales y mensajes de Whatsapp. Este pasado sábado, el periodista gallego, testigo y a la vez cronista de la transición, recibió el reconocimiento de esta ciudad, en particular y de la provincia en general otorgándole el título de “Embajador de la Provincia de Cádiz”, en un acto que tuvo lugar en las Bodegas González Byass.
¿Qué significa para un gallego del norte como usted (Pol, Lugo 1947) recibir el reconocimiento de embajador de esta provincia andaluza del sur?
—Todavía estoy entre la sorpresa y la incredulidad, preguntándome qué hice yo para merecer esto. Cuando me lo comunicaron creí que se habían equivocado de teléfono. Una vez convencido, es un honor, un testimonio de generosidad de una gente que sabe agradecer los afectos y un compromiso muy serio: no debe ser fácil ser embajador de Cádiz; pero trataré de corresponder.
¿Qué conoce de Jerez? ¿Qué imagen tiene de esta ciudad?
—Jerez es una ciudad que te atrapa por su arquitectura, por la simpatía de sus gentes, por su paisaje y, naturalmente, por sus vinos. Los vinos los puedo adquirir en cualquier lugar. La ciudad de Jerez hay que pisarla. Hay que vivirla. Hay que empaparse de su filosofía de las bodegas, porque es una filosofía. Hay que dejarse seducir por los azulejos, que parece un museo del azulejo al aire libre. Hay que ver sus casas señoriales, sus torres, sus monumentos civiles y religiosos. Y la mujer jerezana, tan distinta, tan seductora, dicho sea desde la impunidad que me presta la edad.
Dos nombres imprescindibles de la transición española: Adolfo Suárez, del que usted fue jefe de prensa y el Rey Don Juan Carlos. Dos biografías imprescindibles que han dado mucho que hablar. ¿Qué han aportado a la historia de este país?
—Juan Carlos I significa el periodo más largo de convivencia en libertad y prosperidad de la historia de España. Es el gran constructor de la democracia y el pilar sobre el que se asienta la estabilidad en la jefatura del Estado. Suárez, brazo ejecutor de la voluntad del rey, aportó la virtud del diálogo, la generosidad para atender las razones del adversario. Y el balance de su obra lo hizo él mismo en carta personal que me dirigió: por primera vez en la historia de España se hizo un cambio político radical sin la triste secuela de vencedores y vencidos.
¿Daría lo que no ha contado en estos libros para escribir otros dos?
—Todo es proponérselo. De Suárez me falta por contar debidamente su etapa política final: las conspiraciones de que fue víctima y cómo España aspira a recobrar algo de su estilo de gobierno. Del rey Juan Carlos quizá me falte una ampliación de lo escrito y publicado, porque es una biografía tan amplia, tan rica que no sabe en su solo libro. Y, desde el punto de vista sentimental, quizá habría que hacer una valoración más justa de la aportación de la reina Sofía.
Hablando de biografías ¿Para cuándo sus memorias?
—Una parte de mis memorias está en los libros sobre Suárez y Juan Carlos I. El resto no creo que tenga gran interés. Haría unas memorias tituladas “Los amores ridículos”, pero ya están escritas por Milan Kundera y tampoco es cuestión de copiar…
Su generación vivió uno de los mejores momentos de la profesión periodística en España. Hágame una radiografía, una foto fija de la situación actual de una profesión hoy invadida de espectáculo, amarillismo, sensacionalismo e intrusismo…
—Hay dos periodismos que conviven: ese que apuntas, invadido por las peores enfermedades del oficio. Parece el dominante, porque está en los grandes medios de comunicación. Pero hay otro periodismo riguroso, serio, esforzado, vocacional, que es el que al final triunfará. Ambos, eso sí, están condicionados por las incertidumbres de futuro, la competencia de las redes sociales e Internet, la muy probable crisis del papel y una progresiva proletarización de la profesión. Creo que vendrán tiempos mejores.
Usted que ha pasado por la prensa escrita, la radio y la televisión ¿Qué opinión tiene de las nuevas tecnologías de la información? ¿Qué aportan?
—Oponerse a las nuevas tecnologías es como añorar el arado romano en la agricultura. Las nuevas tecnologías son las que hacen posible la sociedad de la información. Han socializado y están socializando más la información que los poderes públicos. Sólo hay un problema: hacen que las noticias y opiniones fluyan por todas partes, con una difícil digestión por parte de los lectores, oyentes y espectadores. Hace falta alguien que organice ese inmenso patio de vecindad. Ese alguien será el periodista
Nuevos partidos y nuevas caras en la escena política española. ¿Regeneración democrática o quítate tú que me pongo yo?
—El quítate tú para ponerme yo es la esencia de la lucha por el poder. La regeneración democrática habrá que verla, de momento es sólo una intención. Los nuevos partidos y caras son fruto de la oxidación de los viejos, que no han sabido tener sensores para captar los cambios de mentalidad. Sobre todo, de los impulsos que mueven a la juventud. En este momento toca esperar a ver cuál es el respaldo social que tienen los emergentes. A mí, en general, me gustan. Son un revulsivo contra los vicios de la política que podríamos llamar acomodada. Harán más incómoda la gobernación futura, pero presentarán un panorama más realista del país. Y ya están influyendo en los clásicos.
Necesariamente, como analista político, debemos preguntarle sobre la situación de parálisis institucional que vive Andalucía ante la falta de un acuerdo de gobierno. ¿Qué cree que está fallando? ¿Habrá a su juicio nuevas elecciones autonómicas?
—Creo que es el resultado natural de la aparición de los nuevos: son los que hicieron imposible una mayoría absoluta. Creo que Susana Díaz se equivocó en el calendario: se vio obligada a negociar en un momento en que ningún posible aliado se quiere mojar. Creo que los partidos llamados a abstenerse plantean exigencias poco asumibles. No veo mal la repetición de elecciones, a pesar del riesgo de que se repitan los resultados. Y espero que la experiencia sea un argumento más para ir a un sistema electoral de doble vuelta. Si existiera, no asistiríamos a esa parálisis institucional.
Por último. Deme un titular futurible que defina lo que aún resta de 2015
—La segunda mitad de 2015 será una lucha entre el final de un ciclo que trata de sobrevivir y un cambio que no acaba de nacer. En palabras de Gramsci, año de crisis: cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer.