Nadie sabe ahora como acabará el partido o si habrá nueva eliminatoria. Pero sin duda, Mariano ha entrado por derecho propio en la historia de España. Rajoy ha demostrado con un gesto, su talento.
El movimiento estratégico que ha protagonizado Mariano Rajoy pasará a los anales de la historia política española. Sorprendió a propios y extraños y nos permitió disfrutar de uno de esos momentos claves de la historia de España. Pase lo que pase.
La jugada comenzó a medio día del viernes de manos de Pablo Iglesias. Opiniones ideológicas aparte, Iglesias realizó un movimiento astuto, digno de un político de primera división, marrullero y rompepiernas, pero de primera división. El movimiento de Iglesias fue tan previsible y contundente que se percibió el engaño desde la banda. Iglesias consiguió meter a Pedro Sánchez en el área chica, lanzándole un balón que llegaba con mucho efecto tras pegar en el travesaño. Y mientras tanto Rajoy, a pesar de que muchos pensaban que estaba en los vestuarios, observaba los movimientos desde el centro del campo, esperando la pelota.
Corriendo por el campo, Pedro Sánchez y César Luena, claramente jugadores de segunda división. Ellos han tenido la suerte de subir al primer equipo, pero sin el talento suficiente para definir en jugada clave. Llevan semanas pavoneándose por el terreno de juego, henchidos de inconsciencia, como si España no se hubiese dado cuenta de que han obtenido el peor resultado de la historia del PSOE. Es cuestión de tiempo que vuelvan a bajar de categoría. Garzón, utillero de Pablo Iglesias y poco más, sin iniciativa, sin jugada y poniéndole la sonrisa al de la coleta para ver cuando tiene a bien firmarle en la camiseta. Y Rivera, con nivel, pero escondido tras la defensa.
Y en la continuación de la jugada, el balón le llegaba botando a Mariano. De perfil poco atlético, demasiado grande para el regate corto y aparentemente desfondado, el balón le llegó elevado. Y Rajoy sorprendió con una golpe insólito, genial, inédito y no esperado por el adversario. Rajoy marcó la diferencia de clase en el terreno de juego.
Tengo que reconocer que me emocioné viendo jugar al presidente. Por un momento me pasó por la mente la primera vez que vi a Zinedine Zidane en el Benito Villamarín, año 95, una bailarina de metro ochenta y cinco que definió con la zurda lo que nadie hubiese esperado de él. Recuerdo las palabras de nuestro profesor de filosofía de El Pilar, Mamé, cuando nos decía “para jugar al futbol como Ferrer hay que entrenar mucho pero para jugar al futbol como Laudrup, hay que entrenar mucho y hay que nacer”.
Por un momento recordaba los vuelos al aire de Michael Jordan, las verónicas minúsculas e interminables de Curro Romero, las frenadas en la última milésima de Rossi y aquel descenso de Indurain en el Tourmalet. Rajoy enganchó el balón en el centro del campo, como Zidane en el Villamarín en el año 95, elevó la pelota hasta el cielo y lo dejó caer entre los tres palos ante el asombro y la admiración del respetable. Nadie sabe ahora como acabará el partido o si habrá nueva eliminatoria. Pero sin duda, Mariano ha entrado por derecho propio en la historia de España. Rajoy ha demostrado con un gesto, su talento. Rajoy: sublime. Sin más.