La crisis del Covid-19 ha disparado el consumo de películas, novelas, relatos y comics en los que la humanidad se enfrentaba a la amenaza de algún virus mortal e implacable.
Se habla ya incluso de una
literatura post-covid, que comenzará a aflorar una vez culmine la pandemia, como forma de entendernos y explicarnos a nosotros mismos. No de la amenaza de un virus, pero sí de las hipotéticas y terribles consecuencias de una tormenta solar sobre la Tierra -que aboca, igualmente, al empeño por entender e interpretar a la sociedad contemporánea-, trata la tercera novela del
escritor y periodista, Germán Fonteseca,
Las luces del fin del mundo, que supone un auténtico giro en su trayectoria hasta ahora, puesto que da el salto del thriller a la ciencia ficción, y con la peculiaridad de ambientar toda la historia en una ciudad andaluza; más concretamente en Jerez, donde reside desde el año 1987.
Todo comienza con un enorme apagón, puesto que la primera consecuencia de las cargas electromagnéticas que llegarían a la Tierra procedentes del sol acabarían con todos los equipos y soportes electrónicos del planeta: no habría luz, ni agua, ni teléfono, ni transporte, ni más dinero en circulación que el que tuviésemos guardado en casa. No funcionaría nada y, a partir de ahí, Fonteseca va construyendo, día a día, durante seis meses, la experiencia de seis familias de clase media a la hora de enfrentarse a una situación límite, al apocalipsis del mundo conocido y, por supuesto, de la sociedad contemporánea, condenada a retroceder dos siglos atrás, sin gobiernos, estructuras de poder, ni, lo más importante, acceso a alimentos de primera necesidad.
En este sentido, la novela, de más de 600 páginas -y
a la venta desde esta semana en Amazon y la
web del propio autor-, tiene un componente inicial de
ciencia ficción, pero enseguida da paso a una
vertiente hiperrealista, a la del drama que se apodera de toda la humanidad a través de los ojos de una serie de protagonistas que residen en una ciudad concreta. “Es necesario conocer la ciudad y la idiosincrasia de la gente para abordar un relato así. Lo hemos visto con el covid. Nuestra forma de ser, pensar y sentir es fundamental a la hora de plantear cómo reaccionaría la gente. Para ver realmente lo que pasa, hay que vivir en el lugar. Conozco la ciudad, cómo puede reaccionar la gente, y por eso la planteé aquí, pero es que además no había ninguna historia desarrollada en Jerez bajo el enfoque de la ciencia ficción”, expone el autor, quien llevó a cabo una amplia labor de investigación para documentar, desde un punto de vista científico, las consecuencias de un fenómeno del que hay alguna constancia en el pasado: en 1859 el sistema telegráfico que se estaba instalando en Estados Unidos quedó inservible y todo apunta a que se debió a los efectos de una posible tormenta solar.
Dentro de la vertiente dramática, la historia evoluciona desde cierto concepto distópico, puesto que la precipitación de los acontecimientos desemboca en un nuevo tipo de organización social, pero también aborda el desarrollo de una nueva espiritualidad. “No he querido vincular esa espiritualidad a ninguna confesión concreta, y de hecho he leído mucho sobre teosofía a la hora de tratar esta cuestión, pero no creo que sea necesario vincularlo con ninguna confesión, sino con intentar asimilar los principios básicos de cada una de ellas. Lo principal es que la comunidad que surge no puede estar basada en los mismos principios que antes, sino en el valor de lo comunitario, aunque siempre habrá elementos que distorsionen, porque la sociedad perfecta no existe”.
En definitiva, una realidad alternativa desde la que el autor de
Mariposas negras invita a reflexionar sobre la deriva de la sociedad contemporánea, sobre su fragilidad, su falsedad y, especialmente, sobre su provisionalidad. “Nuestra sociedad, nuestra civilización, tiene un límite, no podemos seguir creciendo y maltratando la tierra. En algún momento, el propio planeta nos tiene que dar un meneo del tipo “hasta aquí hemos llegado”. Lo que intento transmitir es que se reflexione sobre lo falso que es todo lo que estamos viviendo, y cómo estamos basando nuestros pilares sobre estructuras que se desmoronan muy fácil. Toda nuestra vida se está basando en pilares muy débiles, en preocupaciones demasiado falsas, y la naturaleza te puede dar un meneo en un momento dado”.
Las luces del fin del mundo es, en realidad, su segunda y más ambiciosa novela. La escribió entre finales de 2017 y marzo de 2018, pero ante los elevados costes de impresión -la versión inicial superaba las 1.100 páginas-, se decantó por publicar un nuevo thriller,
La conspiración de los cocodrilos. “A principios de año decidí retomar de nuevo Las luces del fin del mundo, con una versión un poco más reducida, cuando de pronto surgió lo del coronavirus y pude comprobar que muchos de los aspectos que se estaban poniendo en práctica, como el mando único o la presencia de la UME en las calles, ya estaban presentes en mi novela, por lo que me he visto obligado a acelerar el proceso de publicación para aprovechar el interés que despiertan estos temas”, comenta Fonteseca, que vuelve a hacer gala del frenético sentido del ritmo de sus historias -marca de la casa- en esta angustiosa incursión apocalíptica.
Con alma de serie
Por como está escrita, así como por su desarrollo, la novela parece estar concebida para una adaptación televisiva. De hecho, Fonteseca ya cuenta con un dossier en el que describe el argumento y los personajes con el objetivo de presentar el proyecto a varias productoras nacionales. Incluso ha hecho una adaptación de los tres primeros capítulos.