“Mi jefe me ha dado a elegir para que me vaya al ERTE o al paro”, señala desde la barra Fernando, de la cafetería y pastelería La Molienda, en la calle Larga. Es media mañana y ya han agotado el tiempo de los desayunos. En unas horas bajarán la persiana hasta dentro de dos semanas como mínimo, después de que la ciudad haya superado la tasa de 1.000 contagios por cada 100.000 habitantes, el límite fijado por la Junta para autorizar el cierre de la actividad no esencial ante el recrudecimiento de la pandemia en esta tercera ola. Sus ojos y los de su compañera -son los dos únicos empleados que quedan en una plantilla que hace un año contaba con una decena de camareros-, denotan hastío, impotencia e indignación por lo que se les viene encima. Están hartos de que se culpe a la hostelería y no se fían de que las nuevas restricciones se levanten el 9 de febrero. “El año pasado también nos dijeron 15 días, y estuvimos dos meses y medio”, indican.
Tiene claro que salvar la Navidad ha costado y va a seguir costando demasiado caro. “Lo tenemos más que merecido. Han preferido la economía a la salud, y ahora no tenemos ni economía ni salud”, afirma, reconociendo que el mes de diciembre, pese a las medidas, “fue bueno”, pero “porque a la gente le daba igual. Yo no soy la Policía. Aquí te pedían mesas para 12 o para 15, porque a la gente se le da la mano, y te cogen el brazo entero”, lamenta.
A pocos metros, en La Moderna, también se palpa el desasosiego por una situación que, como señala Alfonso Pacheco, arrastran ya desde hace casi un año. “Esto te mengua, es cansino, y luego está la sensación de impotencia y el miedo constante. Es una sensación horrenda”, apunta, cansado de que se siga señalando a la hostelería. “Por favor, que no nos miren tan malamente, que nosotros no somos la causa del contagio. Bares, cafetería y restaurantes son los que más se preocupan por las distancias sociales y por la higiene. Ojalá en otros establecimientos hubiese la mitad de la desinfección que hay en este tipo de negocios. No sé por qué esa guerra contra nosotros. Todavía no he visto a nadie desinfectando un cajero o los asientos y la barra de los autobuses. Seguro que ahí se contagia mucha más gente”, apostilla ante la incertidumbre que vuelve a manejar el día a día de su negocio y de su plantilla y, en definitiva, de su vida. Tampoco confía en poder reabrir el 9 de febrero. “Yo creo que va a ser un poco más. Fastidia mucho. Aquí antes éramos 10, mi hijo viendo la papeleta, se fue y se ha dedicado a estudiar, nos hemos quedado nueve y de esos nueve, cuatro están en un ERTE. Son padres de familia. Ahora no sabemos si nos vuelven a readmitir en el ERTE a otros empleados más”.
Si tienen quedarse con algo es con los ánimos de sus clientes, que ayer no dudaron en acercarse para tomarse el último café o la última cerveza, ¿En 14 días?. “Nos vemos en febrero, si Dios quiere”, comentaba un señor a las puertas, una frase que se repetía en otros negocios obligados a echar el cierre. “Los clientes nos aplauden; no nos dejan y hoy han venido a felicitarnos”, reconoce, mientras otros desde fuera “nos han hecho un gesto para que tengamos fuerza y veamos que nos apoyan”.
Vanesa García, al frente de El Rincón del Chiri, en el barrio de Santiago, se despedía de sus clientes “asfixiada por los gastos” y con la única “alegría” del día: su gestor le dijo que podía meter en el ERTE al único trabajador que le queda tras esta tercera ola de la pandemia, aunque es una alegría a medias, dado que esta vez ella tendrá que correr con un porcentaje de los seguros sociales. “Desde que volvimos a abrir sólo estamos él y yo en la cocina”, explica a este medio.
Lo de tener que cerrar cómo mínimo 14 días, señala, “es un destrozo”, pese a sus esfuerzos por seguir apostando hasta el último día por el flamenco, con actuaciones en directo hasta el pasado domingo, “porque los que se dedican a ese mundillo ahora mismo no tienen nada, y tengo muchas amistades” y por mantener los menús diarios para sus clientes de la residencia militar de la zona. “He estado guisando por las noches en mi casa cada día y estábamos aguantando, pero es que si me cierran, mis ingresos son cero, y todo esto llega cuando acabamos de pagar los impuestos".
"¿Cómo me bajo del barco ahora?Tengo créditos que pagar"
Hasta que comenzó la pandemia, su negocio sólo le había dado satisfacciones. Había abierto un año antes y no podía estar más contenta con la ubicación, la mejor posible para Semana Santa, y por cómo le iban los desayunos. Todo se torció en marzo. La crisis sanitaria le ha obligado a gastarse todos sus ahorros, pero aún así no puede tirar la toalla, aunque el horizonte siga estando bastante oscuro. “Tengo amigos que me han dicho que van a cerrar que no pueden más, pero, ¿cómo me bajo del barco ahora? Yo tengo créditos".
Zapaterías, tiendas de ropa, de decoración, de bisutería, relojerías...el comercio “no esencial”, un término que molesta y mucho “pues todo negocio del que coma una familia es esencial”, defienden estos días en las redes sociales los afectados, también tendrán que suspender su actividad al menos hasta el 9 de febrero.
En la sastrería Jesús González, en la calle Larga, ya hace una semana que dejaron de abrir por la tarde. “Abrimos el lunes de cuatro y media a seis, y daba miedo la calle; no me entraba nadie”, indica su propietario, mientras un cliente se despide refiriéndose al "calvario de 15 días" que les espera. Él también, por solidaridad, se mete en el saco. Y es que realmente estamos todos afectados.
El hecho de que estuvieran mentalizados no significa que lo soporten mejor, especialmente por lo que todos llevan a sus espaldas. “Esto ya es inaguantable, es casi un año así, y Dios quiera que sean 14 días, porque las circunstancias no son muy halagüeñas. Nos dieron la libertad esa de Navidad y nos tomamos toda la libertad del mundo y lo estamos pagando ahora”, se lamenta.
Y de un clásico a Natalia Gómez Estudio, en la calle Isabelita Ruiz, una tienda de moda que abrió en junio de 2020, en plena desescalada. Natalia Gómez, que da nombre a su boutique, lleva desde los 20 años trabajando en el sector de la moda, de ahí su capacidad de reinventarse y de abrir en una pandemia que ahora está dejando su peor cara. “Tenía previsto abrir antes, pero llegó el confinamiento, así que estuve recibiendo en mi casa los pedidos que había hecho para mi tienda”. Unos pedidos que inicialmente estaban enfocados a novias y bodas. Y es que como reconoce, “o me moría del asco o me reinventaba”.
Optó por lo segundo y por dejarse la piel en redes sociales y en la venta online, además de en su tienda física, y no puede estar más contenta de haber dado el paso de emprender pese a hacerlo estos tiempos tan complicados. El suyo es de los pocos testimonio en positivo que dejan las horas previas a la entrada en vigor de las nuevas restricciones y que invita a la esperanza. Eso no quiere decir que esté ajena a las dificultades del momento, al contrario. “Ahora hay que luchar mucho más que antes, es más difícil hacer una venta, no basta con tener una tienda bonita, y los autónomos en España no cerramos por dos o tres semanas con la misma seguridad que en otros países".
Estas últimas horas, explica, cuando hablaba con su asesor fiscal le comentaba el caso de autónomos que se han puesto a llorar por teléfono, agobiados por el pago de impuestos al que han tenido que hacer frente estos días previos al cierre. “Yo venía de otro negocio y lo cambié por este y mis clientas me están apoyando, me siento afortunada, pero hay criaturas por esta zona con unas tiendas preciosas que las dejan, que se van a jubilar antes porque no pueden. Es una pena todo”.
"Nos cierran, pero los pagos siguen corriendo"
En Asunico y Acoje, que representan a comerciantes y hosteleros del centro de Jerez, se muestran más tajantes que nunca y reclaman ayudas directas. “Que se dejen ya de vender humo. Necesitamos ayudas en efectivo y de verdad, como está pasando en otros países. Nos cierran, pero los pagos siguen corriendo. Si la persiana está abajo. ¿por dónde entra el dinero? Somos autónomos, ponemos nuestro patrimonio en juego”, apunta Manuel García, presidente de Asunico. Por su parte, la presidenta de Acoje, Nela García, lo tiene claro: “como no haya ayudas directas o medidas económica y fiscales mucho me temo que del 20% al 40% echen el cierre” este 2021 en el centro”, sentencia.