Cuántas cosas nos está robando esta maldita pandemia… cosas que no podremos recuperar nunca. Abrazos que se quedarán en ese limbo que es el deseo. Besos que se tatuarán en el borde de nuestros labios mudos. Miradas que caerán en el precipicio de la ceguera que produce no tener otros ojos donde reflejarse. Tantas, tantas… que la cuenta sube ya demasiado.
Y a cambio de todo este robo el virus nos deja el estigma de la soledad. Mal trueque, la verdad. Un virus que ha echado el cerrojo de la puerta de nuestra casa para no dejarnos salir. Y no les hablo de pasear, no les hablo de visitar a los amigos, no les hablo de socializar. Les hablo de lo más indispensable que el ser humano necesita en el peor momento de su vida, cuando tiene que despedirse de un ser querido… nos ha robado el consuelo. El consuelo del abrazo del amigo que viene a acompañarte, a decirte que no estás solo, a llorar contigo tu pena, que aunque una pena compartida no es media pena, siempre es más amarga en soledad.
Puede que yo sea de pueblo, y mis mayores me inculcaran que es más importante acompañar a un amigo cuando entierra a su padre, que cuando está casando a un hijo. Y no poder coger la mano del amigo, apretarla para que sepa que si te necesita ahí te tiene, me llena el pecho de una tristeza honda.
Decía Simone Weil que el amor no es consuelo. Es luz. Y yo, desde esta isla desierta en lo que se ha convertido mi casa en esta pandemia, quisiera enviar la luz de mi consuelo a aquellos a los que han tenido que decir adiós en soledad a lo que más querían en estos días tan amargos. Luz para borrar esta maldita oscuridad en la que nos ha sumido la muerte.
Todo esto pasará. Y lo contarán los libros. Hablarán de cuántos enfermaron, de cuántos murieron, de cómo el mundo cambió después, de la Bolsa, de cómo se recuperó la economía, de la vacuna, de los procedimientos para evitar el contagio, de lo mal y lo bien que lo hicieron los gobernantes. Lo contarán y las nuevas generaciones lo leerán con la indiferencia con la que nosotros leemos las batallas de siglos pasados. Pero lo que nunca podrán contarles es cómo dolía la soledad en la pandemia.