Cuentan que en una ocasión, le preguntaron al Primer Ministro Británico Benjamin Disraeli sobre la “diferencia ente una desgracia y una catástrofe”:
-Lo entenderá usted enseguida: Si Gladstone (que era el rival político de Disraeli) cayera al río Támesis y se ahogara, eso sería una desgracia; pero si alguien lo sacara del agua, eso sería una catástrofe.
Les aseguro que se me ocurre una lista bastante larga de nombres a los que sacar del río sería una verdadera catástrofe. Nombres que revolotean en el panorama político como polillas alrededor de la bombilla, cegados por la luz y sin rumbo. Y al otro lado, en la otra orilla de un río con cada vez menos peces estamos, los otros. Usted que me lee, su hermano, su amigo, yo misma. Los que engrasamos y movemos el engranaje que hace que el mundo gire. Que llegue el pan para el desayuno, que se encienda la luz del baño, y salga agua del grifo. Los que haremos una vez más que España salga de otra crisis. Solos, huérfanos, desanimados y cansados. Cansados de ser la piedra arrojadiza que va de un lado a otro de esas cabezas no pensantes. España saldrá de esta. Siempre sale. A pesar de sí misma, que como decía, o le atribuyen decir a Otto von Bismarck, el famoso canciller de hierro: “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”.
Pero saldrá sola, una vez más sola. Con esa sensación de orfandad que da el no reconocerse en las palabras de nuestros políticos. España huérfana y desbaratada. Como decía Unamuno: “¡Ay, triste España de Caín, la roja / de sangre hermana y por la bilis gualda, / muerdes porque no comes, y en la espalda / llevas carga de siglos de congoja!”.
Y es que anda la verdad tan disfrazada que no podemos reconocerla cuando sale de los labios de los que se supone que deberían sembrarla y cosecharla. Y parece que nos vamos acostumbrando a convivir con esta no-verdad. Con este engañarnos día a día. Como si no importara la cifra de muertos o la cifra de mentiras, como si nuestro afán solo estuviera en agarrar el madero que flota en las frías aguas de estos tiempos. Y que como decía Diderot, nos bebemos de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga.