En
Toto el héroe se cuenta
la historia de un niño que está convencido de haber sido cambiado al nacer con el vecino de la casa de enfrente, que pertenece a una familia más acomodada que la suya y tiene mejores juguetes que los suyos. No solo eso, a medida que va creciendo vive obsesionado con la idea de que su vecino está viviendo la vida que le habría correspondido a él. En la película japonesa
De tal padre, tal hijo, un arquitecto de éxito, casado y padre de un niño de seis años, recibe un día una llamada en la que le comunican que han detectado un error en el hospital donde nació su hijo y que,
debido a una confusión, le entregaron el de otra familia y viceversa, invitándoles a llevar a cabo el intercambio entre uno y otro.
Ambas películas plantean sendos dilemas morales. Si bien el primer caso discurre más por el terreno de la imaginación, el segundo obliga a afrontar una realidad probable y especialmente desgarradora en el seno de una familia modélica que descubre que los afectos que ha ido construyendo a lo largo de seis años en torno al hijo que deseaban y aman deben ser suplantados al tiempo que abandonados y olvidados por culpa de un “error humano” de demoledoras consecuencias.
Las he recordado ahora que se ha conocido el caso de
un matrimonio que se sometió con éxito a un tratamiento de fecundación in vitro en el hospital Puerta del Mar de Cádiz, pero que, pasado el tiempo, ha descubierto que el niño es hijo biológico de la madre, pero no del padre, por un supuesto error en el uso del semen correspondiente. No es una película. Pónganse en el caso de esa pareja real y en el de otras muchas parejas reales sometidas al mismo procedimiento clínico que ahora deben estar preguntándose si les ha podido ocurrir lo mismo. De hecho, el abogado que representa a la familia ha especificado que “
no sabemos hasta ahora si se trata de un error puntual o si por ser algo de protocolo puede afectar a otros casos”.
La noticia ha ido alimentando un progresivo e inevitable estado de alarma social ante el que la Consejería de Salud ha tenido que intervenir tras el aturdimiento interno ocasionado por una crisis de esta magnitud. Lo primero, abrir una investigación; lo segundo,
desmentir que puedan existir uno o más casos similares en el mismo hospital, como ha divulgado El Defensor del Paciente.
De momento
se está evaluando la trazabilidad del proceso y el cumplimiento de los protocolos establecidos para este tipo de intervenciones en la toma de muestras, amén de alguna “tercera causa”, de manera que se pueda determinar si se trata de
“un error humano o de un error de protocolo”, para actuar entonces “en consecuencia”. Es sin duda un proceso meticuloso y garantista, mientras el resto hacemos cábalas a partir del principio de la navaja de Ockham -“en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable”-, sin que en ninguno de los casos podamos devolver a esa familia la estabilidad emocional previa al resultado de los análisis de los marcadores genéticos; en todo caso, aliviar la de quienes viven sometidos ahora bajo una duda razonable.
Como ha explicado el abogado del matrimonio denunciante, “
hasta ahora eran unos padres normales y felices, pero esta familia ha perdido la cohesión biológica y el niño ha perdido el derecho que tiene cualquier persona al conocimiento de su familia biológica, y esto condicionará su futuro”, y eso no lo va a resolver la indemnización económica que determine un juez, por muy millonaria que sea.
Después, lo de actuar
“en consecuencia” queda muy solemne. Tal vez ruede alguna cabeza, pero sobre todo subraya un “no volverá a ocurrir” desde el que se aspira a la restitución de la credibilidad en el buen funcionamiento del sistema sanitario público, y en este caso concreto en el del servicio de fecundación asistida. Es lo previsto y lo previsible, pero las otras consecuencias, las de tipo moral que prevalecen en lo ocurrido, siguen ahí, obligándonos a plantearnos dilemas que, en este caso, escapan a la ficción para situarnos frente a un espejo.