El 22 de julio pasado se produjo un hecho que ahora mismo nos resulta insólito: no hubo un solo contagio por coronavirus en toda la provincia, y los casos activos se reducían a 44 -cinco en Jerez, por ejemplo-. Tras cuatro meses marcados por un estado de alarma que, primero, nos mantuvo encerrados en casa durante varias semanas y, después, nos fue marcando las nuevas pautas de conducta de manera progresiva, habíamos logrado derrotar al virus. Hasta el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con su “nueva normalidad” por emblema, nos invitó a perderle el miedo a la calle. Y volvimos al reencuentro con la familia, con los amigos; volvimos a los bares, a las playas; hasta hicimos planes de vacaciones. La vida, era esto. Aunque, como canta Silvia Pérez Cruz, hemos tardado muy poco en darnos cuenta de la “falsa invulnerabilidad de la felicidad”, y, como ella, nos preguntamos: “¿dónde estarás ahora?, ¿dónde estarás mañana?”.
Tres meses y medio después de aquel 22 de julio, el número de casos activos asciende a casi 8.300, han fallecido más de 300 personas -132 en este nuevo periodo- y el total de contagios ha crecido hasta los casi 15.400, de los que solo la mitad se han registrado entre el 3 de octubre y el 6 de noviembre. Los datos generan temor, porque sabemos que pueden justificar cualquier decisión que se tome a partir de ahora, pero sobre todo generan confusión. Basta con enfrentarlos con los datos de la llamada “primer ola”, la de la pasada primavera.
El día en el que se confirmaron más contagios en la provincia, el 1 de abril, se registraron 106 positivos. Esta pasada semana, en tres días diferentes, se superaron los 500. Más. El 30 de abril, cuando se hablaba de colapso sanitario, se marcó el máximo de ingresos hospitalarios: 108 pacientes, de los que 20 estaban en UCI. El pasado miércoles la cifra ascendió a 289 en total, 42 en UCI. Y sin embargo, según el SAS, no hay motivos para hablar de “colapso”: la situación está “bajo control”. Es cierto que, en esta “segunda ola”, los sanitarios disponen de los medios adecuados para hacer su trabajo, pero el estrés sigue presente ante la carencia de medios humanos.
No solo las cifras nos confunden. También la realidad de entonces con la que vivimos ahora. ¿Recuerdan las patrullas de la UME recorriendo las calles de nuestras ciudades con los equipos de desinfección? Si lo hacían entonces, cuando ni siquiera se había llegado a los mil casos, ¿cómo es que no lo hacen ahora, con siete mil positivos en apenas un mes? ¿O acaso obedecía exclusivamente a la necesidad de generar una imagen de falsa seguridad entre la población mientras permanecíamos encerrados?
Ocurre algo parecido con la palabra “vacuna”, pronunciada entonces como un placebo y, ahora, como una promesa siempre postergada. De una u otra forma, todo termina reducido a generar inquietud, y mucho más en una situación en la que cada gobierno autónomo actúa de manera independiente, sin unidad de acción, bajo el único motivo aparente de desviar los ataques que en primavera recibía en primera y única persona el presidente del Gobierno.
Han convertido la crisis sanitaria en un reparto de culpas, desde el principio. “En lugar de trabajar unidos lo que hay es discusión”. Lo ha dicho, sobre España, el británico David Nabarro, enviado de la OMS para supervisar el frente de acción contra la pandemia: “Los políticos deben proporcionar un modelo a seguir”, ha dicho; y en nuestro caso sigue incompleto, puesto que no ha sabido preveer una nueva ola tras el fin del confinamiento anterior, lo que nos puede conducir a repetir el mismo “efecto yo-yó” tras la segunda.
En una entrevista en
El país, Nabarro deja asimismo algunas advertencias que conviene subrayar, puesto que no se las escucharemos a ningún político: “No creo que una vacuna o un tratamiento cambiarán completamente nuestra situación. Todavía tendremos que cambiar nuestro comportamiento para que el virus no se propague. Las cosas no van a cambiar repentinamente en los próximos meses. Creo que será más largo. Al principio, la vacuna será un refuerzo extra, pero no va a cambiar todo de repente”. En suma, seguimos tan vulnerables como la felicidad que se nos escurrió entre los dedos en julio.