La película de Robert Zemeckis que parafrasea el nombre de esta columna, viene a colación recurrente no solo para el título sino también para reflejar el riesgo de que una pareja puede llegar, además de a su separación final, a un epílogo traumático y de cruel dramatismo, una metáfora terrible de lo que acontece ahora en la relación de pareja España/Cataluña.
Periodista e historiadorNo quiero, no puedo ni debo ser pesimista ni derrotista sobre el desenlace final del más grave conflicto que ha tenido nuestra democracia y el propio sistema constitucional desde su advenimiento en 1977. Lo cierto es que en el devenir diario de sucesos que está sucediendo en Cataluña la incertidumbre es la que domina y la sensación negativa que tenemos entre lo que vivimos y lo que imaginamos es casi idéntica. No podemos ocultar el sol con un dedo.
Será muy compleja una vuelta a la normalidad. Nada será como antes en la relación España/Cataluña porque el nacionalismo catalán -muy especialmente el del PDCat de Puigdemont, Mas y antiguos “convergentes”- ha llegado a su estación Termino en un tren sin vagón de vuelta y anclado en un andén final sin salida.
Soy pesimista, es decir, soy realista con información y creo que con capacidad de análisis. Precisamente ello me lleva a descifrar que detrás del sentir independentista, de la senyera y el romanticismo, de las papeletas y las urnas chinas, de los recuerdos a Companys, Casanova, Cambó, al “Estat Catalá”, detrás de las apelaciones a la bellísima y querida llingua de Pla y Espríu y de las concentraciones masivas en las plazas de los pueblos de Cataluña, detrás de todo ello anidan razones bastardas basadas en intereses meramente personales, judiciales y de subsistencia política y económica del aparato de poder de la Generalitat y de los altos dirigentes y cuadros medios del partido que fundó Jordi Pujol, hoy reconvertido en el Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCAT).
“Es la economía, imbécil”, espetó un Bill Clinton empoderado a un estupefacto George Bush padre en un debate de la campaña electoral de 1993. “Es nuestra economía, la supervivencia y nuestra libertad física de no ir a la cárcel, imbéciles” podría ser la adaptación de las palabras del expresidente de EEUU a los dirigentes nacionalistas.
La independencia de Cataluña es el único instrumento, posiblemente ya solo el único, que imposibilitaría que los centenares de miembros de esta formación y numerosos cargos públicos, administrativos e incluso de los Mossos acompañen al hijo de Jordi Pujol a su residencia carcelaria. Soto del Real es en pura legalidad, irremediablemente el destino de muchos de los denominados miembros del “clan de los 400”. Solo les podría “salvar” de condenas a mansalva un Estado independiente con unos Tribunales de Justicia propios, unos magistrados afines y unas leyes penales distintas.
Hay muchas razones para el miedo y las prisas por suprimir los tribunales de justicia “españoles” si se tiene en cuenta que, según el estudio sobre delitos de corrupción en España presentado por el CGPJ en enero de 2017, entre julio de 2015 y septiembre de 2016, el número de encausados por corrupción por comunidades autónomas lo lidera de manera clara Cataluña. Han sido 303 personas enviadas a juicio frente a las 150 de Madrid o Andalucía. Muchos de estos presuntos corruptos están siendo investigados por la “española” Audiencia Nacional. Esa es una de las razones que justifican las prisas y el ritmo vertiginoso hacia la independencia. Es una de las auténticas verdades que se esconden.
En una supuesta República independiente catalana no habría investigaciones judiciales de la Guardia Civil ni de la Policía Nacional. Esa Arcadia nacionalista solo contaría como miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado con una más amplia plantilla de Mossos de Escuadra. Visto lo visto hasta ahora, las actuaciones de la policía autonómica no serían belicosas contra el “staff” del nuevo país. Otra razón que la verdad nacionalista oculta. Un Estado independiente es ante todo una ruptura con la legalidad anterior que supone una nueva normativa con nuevos protagonistas afines para su ejecución.
Y por último lo que la verdad independentista también oculta son las razones electorales y de supervivencia política. El desafío nacionalista comenzó años atrás cuando Artur Mas, agobiado y desesperado, lanzó un órdago, convocó elecciones y obtuvo 12 escaños menos quedándose lejos de la mayoría absoluta y abriendo paso al ‘sorpasso’ de la ERC de Junqueras. Luego todo fueron más órdagos perdidos hasta llegar al momento actual donde las encuestas indican que el partido de Oriol Junqueras le ha quitado sobradamente la supremacía al PDeCat que podría ser incluso la tercera fuerza política del Parlament por detrás de Esquerra y Ciudadanos.
En este escenario ¿alguien piensa que Puigdemont y los suyos van a dar marcha atrás? Nadie quiere después de haber disfrutado de todo el omnímodo poder en Cataluña y de haber tejido tramas corruptas (casos “Tres por ciento”, Palau, Turisme de Catalunya”, Adigsa, "Pretoria", Adigsa y muchos más en su mayoría en fase de instrucción o pendiente de juicios), nadie absolutamente nadie cederá el poder sin intentonas de cambiar radicalmente a favor el status quo. Está en juego no solo mi economía, imbéciles, lo que está en juego es seguir residiendo en palacetes modernistas o en Soto de Real con todos los bienes embargados y arruinados de por vida. La independencia es solo un instrumento, mi salvación, no unos ideales.
Periodista e historiador