La obra de
Katherine Mansfield (Wellington, Nueva Zelanda, 1888- Fontainebleau, Francia, 1923) ha tenido amplia difusión en nuestro país. Tanto sus relatos como sus diarios han sido traducidos y divulgados en nuestra lengua y, hoy día, está considerada una de las mejores cuentistas de las letras británicas. Sin embargo, menos conocida es su labor como poeta. La aparición de “La criatura terrestre y otros poemas” (Torremozas. Madrid, 2023) da cuenta de la trascendencia de un género que acompañó a la autora neozelandesa hasta poco antes de su muerte.
Con tan sólo quince años, escribió su primera colección de poemas, “Little Fronds / Hojitas de Helecho”, un compendio de “himnos y oraciones escolares con arcaísmos medievales propios del verso románticos de la segunda mitad del siglo XIX”. Aunque en ellos quede patente cierta sencillez y juvenil empeño, su decir ya apuntaba hacia un acentuado y hondo lirismo: “Espero que cuando muera sea en la oscuridad/ cuando el mundo está tan quieto y en silencio/ y que mi alma expire xon las sombras/ antes de que el sol se alce sobre la colina”.
La traducción, selección e introducción de esta compilación han corrido a cargo de Jimena Jiménez Real, quienen su revelador prefacio, acerca las claves de la obra de la autora. Y, también, de su vida, inseparable, en buena medida, de la temática y el testimonio que sobresale en estos textos. Los aquí reunidos obedecen a una sugestiva muestra, y al corpus completo de “TheEarthChild / La criatura terrestre”. Mansfield trató de publicarlo en 1910 sin éxito. Hasta 2015, pasó desapercibido y una vez descubierto, fue editado al año siguiente. “A lo largo del ciclo, un yo lírico lleva al lector por un mundo fantástico y espeluznante reminiscente del Romanticismo alemán tardío y de la poesía del centro y el este de Europa (Goethe, Heine, Lermontov, Kurprin y Mickiewicz)”, tal y como apuntaran sus editores, G Kimber y C Davison.
Su condición de mujer compleja, obsesiva, llena de ambiciones y extrañas manías, perturbada, sexualmente ambigua…, inmersa en una sociedad distinta y distante a la hora de comprender sus modos, condicionó su quehacer literario y su acontecer. “Todos aquellos que conocieron a Katherine Mansfield en los años de su breve vida tuvieron la impresión de descubrir a una criatura más delicada que otros seres humanos”, anotó Pietro Citati al inicio
La vida breve de Katherine Mansfield (1980).
Ahora, los que podemos aproximarnos a su poesía, descubriremos cómo su verbo lleva implícito una manera de aliviar su tristura y su incomprensión y, a su vez, una forma de interrogarse sobre el sentido de su existencia. Porque en esta extensa entrega hay un personalísimo universo, un atractivo espejo en el que ver reflejado un quehacer donde lo enigmático, lo feérico, lo onírico, lo infantil…, conjuga con lo macabro, lo real, lo decadente, lo visible…, en una suerte de escritura sólida, latente y turbadora: “Una fiebre y un anhelo/ un deseo que arde en mí/ una pasión violeta y escarlata/ me agita salvajemente (…) Extrañas flores medio abiertas, escarlatas/ mostradme vuestro corazón de fuego/ lo guardáis acaso en un envoltorio de seda/ lo encontraré de todas formas”.