El medio rural está lleno de
oportunidades.
Santiago Galván recuperó su infancia cuando resultó elegido como alcalde de
Zahara de la Sierra, donde se instaló después de toda una vida en Jerez; los jóvenes Paula y Pablo, sevillana y portuense, citan al futuro desde una coqueta casita en
Villaluenga del Rosario, con trabajos esporádicos y clases online; y
James Stuart, escocés y trotamundos hasta que
Vejer, donde acabó empadronado, le robó el corazón, representa el presente fecundo de la localidad gracias al sector turístico. Los protagonistas de estas historias tienen en común que d
ecidieron dejar atrás sus vidas en grandes poblaciones para probar fortuna en localidades pequeñas, minúscula en el caso de la pareja, y haber encontrado su verdadero hogar.
Santiago Galván asegura que es más feliz y bromea con que
tiene mejor color desde que reside en Zahara de la Sierra tras ganar las elecciones municipales de 2019. James Stuart valora la buena imagen de Vejer y la
implicación de los vecinos y el empresariado y la calidad de los servicios que ofrece tanto a los propios y a los foráneos. Paula y Pablo, finalmente, explican que comenzaron su aventura en Villaluenga del Rosario en plena pandemia porque les seducía la
vida sencilla y aquí la encontraron: aunque pensaron que no durarían más de dos meses, llevan ya más de un año en una vivienda que les permite disfrutar de la naturaleza en cuanto franquean la puerta. Y eso, aseguran, no tiene precio.
“No hace falta mucho dinero para vivir aquí y siempre sale trabajo”
Paula y Pablo se liaron la manta a la cabeza en plena pandemia y alquilaron una casa en Villaluenga del Rosario para
comenzar a convivir. La pareja, ella, con 22 años, y él, con 26, eligió el municipio porque solía practicar la escalada y el senderismo en la zona, entre Benaocaz y Grazalema.
“El alquiler es barato”, explica Pablo, y “nos decidimos”, añade Paula, aunque ambos reconocen que
pensaron que en un par de meses se habría acabado la aventura. Sin embargo, llevan más de un año. Han trabajado en la limpieza municipal, han firmado algunas peonadas en obras del Ayuntamiento, los dos han estado contratados en una de las queserías y Pablo también estuvo empleado en el Museo del Queso. Ahora están en paro, pero también están convencidos de que
saldrá algo.
“
No hace falta mucho dinero para vivir aquí y suelen salir oportunidades”, sostiene. Entretanto, Paula finalizó su grado en cultura oriental y Pablo encara la recta final de ingeniería mecánica. Internet les ha jugado alguna mala pasada con las clases online, pero
el wifi del vecino les ha sacado de algún apuro. El tiempo libre lo dedican a
pasear con su perro o practicar algún deporte, porque “abres la puerta y estamos en pleno parque natural”. También hacen las veces de
anfitriones. Las familias, entusiasmadas con su decisión, y los amigos, hasta los reacios cuando comunicaron la decisión, suelen ir de visita para disfrutar del pueblo y de “la vida sencilla” que sedujo a estos jóvenes.
“Tengo el corazón ‘partío’ entre Jerez y Zahara pero en el pueblo soy feliz y tengo hasta mejor color...”
Los amigos de Santiago Galván le dicen que tiene
mejor color desde que se empadronó en Zahara de la Sierra. El alcalde socialista de la localidad desde 2019 les da la razón y, aunque admite que tiene
“el corazón partío”, porque nació y se crió en Jerez, donde fue concejal delegado de Hacienda, el pueblo de su padre, al que ha estado vinculado toda su vida, y donde reside ahora, le hace
muy feliz.
“Tenemos una gran c
alidad de vida”, presume. “Estas localidades no son las mismas que en los años cincuenta”, añade, antes de tomar aire y enumerar una
lista que parece interminable de equipamientos públicos y oferta de ocio, en la que destacan la piscina de agua salada, polideportivo y grupo infantil de teatro, gimansio y cineclub. “Nos faltan grandes eventos, aunque -revindica- tenemos el Sierra Sur Ecofestival”, una cita imprescindible en octubre para los aficionados a la buena música.
Pero el más valioso atractivo de Zahara de la Sierra es el
privilegiado entorno natural en el que ha germinado un
pujante sector turístico. “Con apenas 1.400 habitantes, contamos con 18 bares y restaurantes, cinco establecimientos hoteleros, con 300 camas, y otros dos proyectos en marcha”, explica. El 90% de la economía local pivota en torno a estas actividades. “En dos meses y medio
han pasado por la playita de Arroyomolinos 60.000 personas”, asegura, una cifra récord desde los años 90, cuanto se puso en valor un espacio icónico en la provincia.
La proyección mediática está sirviendo para atraer a
foráneos que fijan su residencia en el municipio de manera permanente o durante temporadas. Galván cita a un empresario y un ingeniero que teletrabajan gracias a una conexión a internet de máxima velocidad.
Su cuñado, también ingeniero, vinculado a Eriksson, ha recalado igualmente en el pueblo. Ha vivido en Suecia, Alemania y en Madrid muchos años. Pero en 2017, puso rumbo con su familia a Zahara de la Sierra, donde trabaja mientras disfruta de las ventajas de la localidad. “Nos conocemos todos y
los críos pueden jugar en la calle con seguridad”, explica, sin disimular su orgullo como vecino que tiene el privilegio, además, de ser alcalde.
“He visto cómo han desaparecido las colas para trabajar en el campo”
James Stuart,
monitor de esquí en Los Alpes, quiso probar fortuna en Granada a finales de los ochenta, pero
no tuvo éxito. Apasionado del turismo activo, este escocés, un auténtico trotamundos,
recaló en Vejer tras su primer intento de establecerse en Andalucía y creó una empresa que ofertaba
rutas en bicicleta por el Parque Natural de Los Alcoronocales. Y funcionó.
Funcionó tan bien que solo siete años después, se aventuró a abrir el reputado
Hotel La Casa del Califa y, en 2001, el restaurante. “Sin la
ayuda del grupo de desarrollo rural habría sido imposible”, admite. Pero las instalaciones y la calidad del servicio de hospedaje y de restauración han sido claves para consolidar un proyecto que cuenta con hasta
80 empleados en temporada alta y en torno a los 50 de media durante el resto del año.
El encanto del pueblo es determinante. Stuart valora el
buen estado de conservación, la limpieza, unas vistas inigualables y la cercanía del mar y de la costa africana. Todo ello ha propiciado una
floreciente actividad turística. “He visto cómo desaparecían las colas de
peones agrícolas en la Corredera esperando que los recogieran para ir al tajo”, recuerda.
Ni siquiera durante el boom inmobiliario, que llevó a muchos jóvenes a trabajar en la costa, redujo la población. “Salvo diciembre y enero, el año funciona muy bien”. Eventos como el
Circuito del Sol rompen la estacionalidad. Los vecinos se han entregado a la actividad. “Cada vez están
mejor preparados y casi todos son de la provincia”.