A punto estuvo el corto de desaparecer de la gala de los Goya, cuando la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España sopesó excluir los premios correspondientes a esta producción de la fiesta del cine español en 2008.
Dos años después, el género presume de buena salud, con nombres consagrados entre sus candidatos en la edición del 2010 como Mateo Gil –guionista de Ágora– o Rodrigo Blaas –dibujante de Pixar–. Además, cuenta con el mecenazgo de Antonio Banderas o Chema de la Peña.
Isabel de Ocampo, ganadora del premio al mejor cortometraje de ficción del año pasado con Miente, se benefició del efecto Goya. Tras ganar en varios festivales especializados llegó la estatuilla a sus manos, y, aunque ella ya preparaba un largometraje antes de recibir el premio –explica a Efe–, fue desde ese momento mucho más sencillo encontrar financiación para su proyecto, al que además se sumó el cineasta Fernando Colomo.
“La repercusión mediática, incluso en esta categoría, es impresionante –asegura–. El Goya es como un objeto fetiche que trasciende el mundo del cine. Todos lo conocen y quieren estar cerca, aunque no sean cinéfilos”.
Aunque para Isabel de Ocampo “la única norma que se cumple en el mundo del cine es la de nadie sabe nada”, la realidad cinematográfica no es siempre tan imprevisible, y el cortometraje es en muchas ocasiones perfecto sensor de lo que ocurre en la industria española.