En Fuga de cerebros, Emilio (Mario Casas) está enamorado desde su niñez de Natalia (Amaia Salamanca) y cuando ésta obtiene una beca para estudiar en Oxford no duda junto a sus amigos Chuli (Alberto Amarilla), Corneto (Pablo Penedo), Ruedas (Gorka Lasaosa) y Cabra (Canco Rodríguez), en seguir sus pasos hacia esa universidad para conseguir su amor.
González Molina no rehuye las etiquetas y admite que el objetivo era “trasladar la comedia americana de calidad a los parámetros españoles”.
“Es sobre todo una película para entretener y para que la gente se olvide de los problemas, y no pretende ser nada más”, comentó en rueda de prensa el director, que se ha declarado “a favor de las películas comerciales y de palomitas”.
Por ello, espera que el público “llene los cines y se ría” con Fuga de cerebros, dijo González Molina, que reivindicó a “la gente de la tele”, un medio “en el que hay talento, pero a veces no hay ni tiempo ni dinero”.
Mientras, en Bullying, Jordi (Albert Carbó) es un adolescente que acaba de perder a su padre y, junto a su madre (Laura Conejero), comienza una nueva vida en una gran ciudad, Barcelona, en la que sufrirá las agresiones y amenazas de Nacho (Joan Carles Suau), un compañero del instituto.
Desde el principio del proyecto, Josecho San Mateo se planteó rodar una película “sin medias tintas”, porque consideraba fundamental “entrar a saco y producir un malestar y un miedo latente en el público, además de en el protagonista”.
Por ello, ha ido “al máximo de lo que se podía llegar”, e incluso al conocer casos reales cree que a veces se ha “quedado corto”, según el director, que añade que en algunos momentos “se llega a extremos fuertes, pero para que quede el poso hay que vomitar”.