De catedrático en Cirugía a historiador, aunque sin dejar de ser cirujano. José Manuel Revuelta Soba no estuvo el martes en La Isla, en los actos organizados por la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letra y Artes con motivo del 250 aniversario del primer ayuntamiento de la Villa, para hablar del corazón, sino para hablar de lo que lleva en el corazón: La Isla, como isleño de pro y como académico que nunca falla cuando la Academia se lo solicita.
Habló de la medicina y de los médicos, pero dejando constancia desde el principio que en ambas cosas hay contar con un gremio que es imprescindible en la Medicina, como se ha demostrado a lo largo de los siglos y se sigue demostrando. Sin enfermeros, sin Enfermería, la sanidad no sería posible. No es que fuera distinta, sino que no sería posible.
Dijo que San Fernando ha sido una ciudad que por su creación como centro de la Armada ha contado con muchos hospitales, con muchos médicos de prestigio -la mayoría militares- y con un cuerpo sanitario preparado para cumplir con la misión que tenía encomendada, la salvaguardia de la salud de los soldados, la cura de las heridas de guerra.
Sin embargo, esa gran ventaja que tuvo en el terreno médico y hospitalario fue también una gran desventaja en el terreno de las enfermedades, sobre todo las infecciosas, las epidemias. Porque si bien es cierto que el mantenimiento médico de la Marina obligaba a contar con grandes recursos tanto de formación como de práctica de la Medicina, las epidemias llegaban en los barcos y en tiempos de Carlos III la Marina española tenía una flota de casi 200 barcos de todo tipo que recorrían el mundo llevando y trayendo lo bueno y lo malo.
La fiebra amarilla en varias etapas que a llegó a diezmar en una ocasión a la mitad de la población de San Fernando y otras enfermedades contagiosas que azotaron la ciudad y la Bahía, hasta el punto de que "no sé ni cómo estamos aquí", crearon esas simbiosis no siempre recomendable de excelentes médicos y enfermeros ante cruentas epidemias en las que aprender a luchar contra la muerte.
Calificó de "héroes" a muchos de esos médicos de todos los tiempos que no dudaron en mezclarse con los enfermos para curarlos, en lazaretos, en los hospitales de entonces, donde se entraba con la intención de ser curados y se salía peor, porque a veces había dos enfermos en la misma cama, las excelencias de la ventilación no se conocían o no se practicaban y el que entraba resfriado resfriba a toda la plantilla.
Diviiendo su conferencia en tres etapas, la primera era preciamente esa, la de la falta de hospitales y la eclosión de la sanidad cuando se cayó en la cuenta de que el medio, la urbe, era una de la grandes causas de las enfermedades. Las aguas estancadas, el alcantarillado deficiente, los entierros en las iglesias, la falta de limpieza en la población, en los edificios públicos y privados, las pocas zonas verdes...
Superando eso es donde comienza una nueva etapa en la que la sanidad se toma en serio, la limpieza comienza a ser primordial, los alcantarillados se arreglan, los cementerios se construyen -aunque los nobles seguían enterrándose en los templos- y la sanidad urbana se convierte en una hermosa realidad.
Los avances que siguieron después revolucionaron la Medicina y por ende, subió la media de vida de la población. Treinta años en los tiempos del nacimiento de San Fernando, y así a 25 años más de esperanza de vida cada siglo. Eso sí, siempre que no hubiera una epidemia o una guerra, que venían a truncar todas las estadisticas.
La última parte, la que tocó vivir al propio conferenciantes y a muchos de los médicos presentes en la sala, ya es casi de los milagros, del conocimiento del genoma, de los métodos limpios contra el cáncer, el conocimiento de la causas y el descubrimiento de muchos remedios para enfermedades mortales un decenio antes. La medicina avanza exponencialmente, pero en la historia quedan aquellos hérores, algunos de los cuales están reconocidos con calles, o con ambulatorios que llevan sus nombres, pero la mayoría se quedan con el honor de haber sido parte de distintas épocas en las que los médicos de La Isla estuvieron siempre a la altura de los mejores. Por no decir a la cabeza.
Por cierto y siguiendo la pauta impuesta por la Academia en este año de Cervantes, el filólogo Francisco Melero habló los diez primeros minutos sobre Cervantes, Lope de Vega, Góngora y Quevedo y de la tirria que se tenían tan excelsos representantes de las letras españolas, lo que los humaniza ante los ojos del mundo. Eso sí, se insultaban con clase, con arte, con elegancia. Que duele más.