Antonio Brea Pérez nació en San Fernando hace unos 70 años, sobre la mitad del siglo pasado. No vivió la Guerra Civil pero sí la postguerra que a veces es como una guerra más cruenta porque mata más lenta. Se crió en el seno de una familia humilde -su padre era fontanero- y como muchos chavales de su época, comenzó a estudiar en La Salle, los Hermanitos, cuando los hermanitos estaban al frente de las clases.
Hasta ahí fue un niño normal pero creció con la convicción de que la vida le estaba negando algo que merecía. Una convicción tan sólo y ninguna oportunidad de cambiar las cosas entonces, pero tiempo al tiempo porque Antonio Brea Pérez, aquel niño que sacaba muy buenas notas en el colegio y que aprobó el ingreso en la escuela Virgen del Carmen de los salesianos en Puerto Real, siguió creciendo como otro niño, como otro joven más. Pero en el subconsciente seguía llevando esa convicción.
Antonio comenzó a trabajar en la Empresa Nacional Bazán, ahora Navantia, como muchos otros jóvenes de La Isla. Bazán entonces no era lo que ahora. Estaba regida por militares, las condiciones de trabajo no atendían a planteamientos que no fueran los resultados industriales y eso de conciliación de vida laboral, pluses y demás conceptos eran absolutamente desconocidos.
A veces tenían que unir turnos, que eran horas y horas trabajando, aunque Antonio Brea Pérez también conoció los otros tiempos de la Transición y la democracia, cuando los sindicatos comenzaron a hacer valer los derechos de los trabajadores. E incluso iba para enlace sindical, aunque su sindicato no ganó.
Tras la reconversión del sector naval de 1985, de manos de los socialistas y en buena parte del sentido común que imponía la imposibilidad de mantener una industria deficitaria y fuera de tiempo, Antonio abandonó la Bazán cuando ya había aprendido lo suficiente como para realizar piezas delicadas, fruto en gran parte de su instinto por saber, por aprender.
Del sector naval pasó al mundo de los seguros y se diplomó en la especialidad, dando el primer paso de una carrera de fondo que todavía sigue viviendo. Y que está dispuesto a culminar con uno de los hitos más difícil de conseguir. En su caso, además, con todas las circunstancias adversas que se pueden dar.
Antonio vino a este periódico a presentar en primicia su nuevo libro, Mis vivencias en el Sahara. Es una historia que ya público hace unos años pero que ahora reedita ampliada, contextualizada en el paisaje, en la época que le tocó vivir en esas tierras, soldado, de Ejército que tuvo la mala fortuna de que le tocara en un lugar tan alejado del clima de La Isla como un desierto.
Ahí cuenta cómo era la vida de un militar español de tropa, como tenían que ir por agua a cuatro kilómetros de distancia; cavar trincheras a pleno sol donde los ladrillos de adobe se cocían con el calor ambiente; con una ropa que la tuvo durante toda la mili, lleno de piojos tan grandes que se veían de lejos...
No había defensor del soldado lo mismo que en sus primeros años en la Bazán no había sindicatos que suavizaran el trabajo. Y cuenta cómo vivían los saharauis, como convivían unos y otros en un perfecto y pormenorizado retrato de lo que eran las provincias africanas de España antes de que Hassan II lanzara la Marcha Verde con un Franco agonizando y otros aires recorriendo la península.
Antonio Brea Pérez presenta el libro posiblemente en el mes de febrero, pero en el libro sólo cuenta una retrospectiva de su vida. De una parte de su vida. El resto lo está escribiendo todavía. No sólo porque tiene otro libro en corrección, sino porque no está dispuesto a parar en ese camino que emprendió un día porque le salía del alma pegarle un bofetón a la vida.
Las buenas notas de La Salle, las de los salesianos... le habían dejado claro que él podía hacer más de lo que le dejaban hacer en aquellos tiempos, en aquel sistema en el que sólo los hijos de familias pudientes podían ir a la universidad.
¡Ya ven ustedes! Antonio tuvo que colocarse de botones en uno de los casinos que había en La Isla para poder pagarse el ajuar que tenía que llevarse a Puerto Real, a la escuela Virgen del Carmen donde los que no eran de Puerto Real, eran internos. ¿Cómo iba a pagar una universidad?
Pero la vida da muchas vueltas y las oportunidades se presentan cuando se está atento y dentro de uno permanece una idea que a Antonio no lo abandonó nunca. Esa convicción de que él estaba llamado a ser más de lo que había podido ser.
Pudo ir a la universidad, con sesenta años -e incluso pudo tener una beca Erasmus en Holanda, pero eso ya le pareció excesivo- y terminó licenciándose en Filosofía y Letras, en Humanidades. No fue fácil, por supuesto. Las personas mayores tienen el mismo trato que los jóvenes. La edad que tengas no importa. Eres estudiantes y tienes que sacar los créditos de carrera. Y entre aprobados rasos o notables -más los suspensos que había que superar- hasta logró una matrícula de honor en una de las asignaturas.
¿Cómo se sentía Antonio Brea entre tantos jóvenes? ¿Desplazado? Él iba a lo suyo, sabía lo que quería y ni se preocupó por el ambiente. Ni el ambiente por él. Era un estudiante más -que no se iba de juerga con sus compañeros de curso los fines de semana- y a eso se dedicaba hasta que consiguió la licenciatura.
Ahora, con esos setenta años poco más o menos, Antonio cree que no ha terminado su camino, su especie de revancha. Quiere hacer un doctorado, aunque se lo ponen difícil por esos másteres que meten por medio y que tanto cuestan -en dinero-, porque necesita quien le eche un cable desde dentro, quien dirija ese doctorado.
El libro que va a salir después de Mis vivencias en el Sahara, habla sobre psicología, las ventajas del psicoanálisis porque es un apasionado de la psicología. No va a ejercer ninguna carrera, claro está ni puede dedicarse a hacer oposiciones a estas alturas de la vida.
Antonio Brea Pérez, sin embargo, ha conseguido algo más que un título. Se ha vengado de un sistema que le negó desarrollar sus capacidades y ahora, escribiendo, sin presumir de título académico, de licenciatura alguna, como no lo hará cuando sea un señor doctor, camina por la calle con la satisfacción de haber llegado a donde quería llegar, con su esfuerzo, con su perseverancia.
Hay otros Antonio, Manuel, Pepe, María, Soledad.. que están haciendo lo mismo. Es cierto. Pero Antonio Brea es uno de ellos. Le ha dado un puñetazo a la vida y sigue su camino, sencillo, campechano, buen conversador y licenciado en Filosofía y Letras.