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Sábado 23/11/2024
 
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Sevilla

Memoria de la ciudad de los “años del hambre” (IV)

Los curas párrocos no habían sido nunca más tenidos en cuenta y más temidos por la población, sobre todo por la trabajadora...

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  • Traperos -

Media población vestía hábitos. Morado con cordón amarillo para los devotos del Gran Poder; sencillos vestidos largos en las mujeres y camisas en los hombres, que se llevaban durante años... Marrón con cinturón de cuero y cola lateral, para los seguidores del Carmelo. Celeste con cordones blanco y crema, para los devotos de la Virgen de Fátima y de la Virgen de Lourdes; gris con cordones blancos, para los devotos de San Antonio y Santa Rita; blanco y correa negra, para los seguidores de la Merced... Promesas, promesas: de no comer dulces, de vestirse de hábito o de negro, de no comer postre, de ir a misa todos los días durante una semana, un mes, seis meses, un año; de no beber vino, de ir andando al trabajo, de no fumar... ¡Santas ingenuidades!

Los curas párrocos no habían sido nunca más tenidos en cuenta y más temidos por la población, sobre todo por la trabajadora. De los párrocos dependía un certificado de buena conducta que siempre era indispensable para que las muchachas fuesen aceptadas como sirvientas en casas de postín, o para que un niño pobre fuese admitido en las escuelas públicas o religiosas. La sociedad funcionaba a golpes de recomendaciones y la Iglesia era la más tenida en cuenta. Eran los años del hambre y también del nacional catolicismo…

Lutos discretos o aparatosos: desde el sencillo triángulo en el pico de la solapa de la chaqueta, en los hombres, hasta el traje negro hasta los pies, medias y zapatos, velo largo, en las mujeres. Había hombres de riguroso luto: trajes, corbatas, calcetines, zapatos y hasta sombreros negros... Niños y niñas que daba pena verlos tan vestidos de negro desde los pies a la cabeza, insensibles al luto, jugando alegremente en mitad de las calles o plazas. Lutos simbólicos: botón negro en la solapa, brazalete más o menos ancho en la manga; gorra y blusa negras en los obreros. Y luego, las ropas de medio luto, a base de lunares o rayas blancas sobre fondos negros, de tonos grises y marrones.

Ni siquiera los hábitos y lutos se libraban de la pobreza de la época. Había gente que sólo podía costearse el cordón del hábito, o que ocultaba el deterioro de la chaqueta con un oportuno brazalete o parche de luto.

Los hábitos fueron el signo de la época. Era una costumbre religiosa popular que ya se ha perdido, y que quizá los lectores mayores recordaran al ver a esta señora que reproducimos en la imagen, captada por el fotoperiodista Carlos Ortega en la calle Palacios Maraver, en pleno barrio de la Feria. Porque el hábito era una  costumbre muy arraigada en los  barrios, promesas a una imagen de un Cristo o de una Virgen.

Los niños heredaban la ropa y el calzado de sus hermanos mayores. Los pantalones del padre, debidamente cortados y achicados, los terminaban de romper los hijos. Los parches ocultaban los rotos en codos, rodillas y nalgas. Volver las americanas, aunque el bolsillo y los ojales quedaran cambiados, era práctica habitual. Igual sucedía con los vestidos y blusas de las mujeres y sus hijas. Nadie tiraba ni rechazaba nada... La gente tenía asumido el carácter de necesidad, de aprovechamiento máximo de todo lo disponible. Los parches en la ropa limpia dominical de los pobres, no eran motivos vergonzosos, sino justísimas condecoraciones, recompensas a sus afanes por sobrevivir en medio de tantas adversidades sobrevenidas después de la guerra civil.

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