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Jueves 14/11/2024
 
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Sevilla

‘Matthias et Maxime’: Más que amigos…

La historia sigue a dos amigos de la infancia, en la treintena, de diferentes estatus y extracciones sociales pero muy unidos...

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El actor, productor, guionista y cineasta canadiense, cosecha del 89, Xavier Dolan, ha ejercido simultáneamente de niño prodigio, mimado y terrible en un cierto cine francófono de autor, con la etiqueta añadida de independiente. Comenzó su filmografía propiamente dicha, siendo aún adolescente de 19 años, cuando interpretó, produjo, escribió y dirigió ‘Yo maté a mi madre’ (2008), partiendo de un material autobiográfico…, por la que ganó tres premios en Cannes.

Del resto de su obra cabe destacar ‘Lawrence Anyways’ (2912), Mejor Película Canadiense en el Festival de Toronto; ‘Mommy’ (2014) Premio del Jurado en Cannes y ‘Solo en el fin del mundo’ (2016) que repitió ese galardón en el mismo festival y obtuvo los de Mejor Director y Mejor Montaje en los César. También participó ese año en la Sección Oficial del Festival de Cine Europeo de Sevilla.

Esta que nos ocupa, una de las ofertas que inauguraron la rentrée postpandemia del Cine Avenida, es una producción canadiense, fechada en 2019, escrita, producida e interpretada por él mismo, junto a un reparto en el que reseñar nombres como su habitual Anne Dorval y Gabriel D’Almeida Freitas, quienes le dan la réplica en el relato. Dotada de una factura impecable, está muy bien fotografiada por André Turpin. Tiene, además, una excelente banda sonora – en la que suenan temas conocidos – que firma Jean-Michel Blais.

La historia sigue a dos amigos de la infancia, en la treintena, de diferentes estatus y extracciones sociales pero muy unidos, – que forman parte, a su vez,  de un grupo aparentemente muy cohesionado de varones – que se ven abocados a besarse en un corto. Esto provocará un cataclismo en sus vidas porque les harán replantearse sus preferencias sexuales y presentes vínculos.

La premisa inicial, y eje conductor del relato, no por conocida es menos atractiva y, de hecho, cuenta con una hermosa escena entre ambos protagonistas en la que el deseo mutuo se funde con la ternura en un momento propicio para la mutua desinhibición. El resto, lamentablemente, es vacío. No le interesa ni el ritmo, ni la lógica de la escritura, ni la coherencia interna, ni la evolución de la historia, ni el retrato de personajes, ni su desarrollo e interacciones mutuas, más que en un sentido tan epidérmico como superficial.

Y sí, en cambio, el impacto visual, el golpe de efecto, la pedantería, la gratuidad y la altisonancia pretenciosas en una puesta en escena tan chillona y excesiva como banal. Misógina hasta la naúsea, otra marca de la casa, su visión de los personajes, mínimos, femeninos es bastante lamentable y su odio a la figura materna – representada tan esquemática como tendenciosamente – sigue siendo proverbial. Nada tiene razón de ser más que la exhibición de unas señas de identidad fílmicas tan narcisistas como deficientes.

Una verdadera pena porque contaba con un material narrativo lleno de sugerencias si el tratamiento hubiese sido complejo y riguroso en los aspectos privados, sociales y generacionales.

La pelota, en sus tejados.

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