A mi edad, cada día tengo más claro que soy más animal de lo que quisiera. Evidentemente me han educado y me he formado para mantener actitudes y formas típicas del ser humano, dejando a un lado, u oculto, el lado más salvaje, primitivo y menos civilizado. Aún así, sobre todo en la soledad de mis pensamientos y en la soledad social, aflora ese lado ancestral, cual almorranas (hemorroides si se quiere mi lado más naif) tras un ingesta excesiva de picante.
Iván Petróvich Pávlov, fisiólogo ruso, recibió el Premio Nobel de Medicina por sus experimentos en los que demostró el condicionamiento clásico, también llamado condicionamiento pavlovliano, condicionamiento respondiente, modelo estímulo-respuesta o aprendizaje por asociaciones. El cabrón se dio cuenta de que al ponerle la comida a un perro, este salivaba. Cada vez que le pusiera la comida, Pávlov hacía sonar una campana, de modo que, cuando el perro la escuchaba, asociaba ese sonido con la comida y salivaba. Así, el perro estaba dando una respuesta (en este caso, la salivación) a un estímulo (la campana). Así que cada vez que escuchara la campana, independientemente de si iba unida a la comida, empezaría a salivar.
Yo soy el perro de Pávlov.
Un día cualquiera, en casa, leyendo, tumbado en el sofá, viendo la tele, escribiendo, cocinando, poniendo la lavadora (eso es mentira), jugando con los peques o rascándome el escroto, entra mi queridísima compañera de vida. Mi reacción es la típica, la miro y espero ver reflejado en su rostro su estado de ánimo. Si no dice nada, o si nos regaña por estar todo por medio, o si pregunta qué vamos a comer… apenas cambia mi actitud, pero si de repente me pregunta: “¿Te has duchado?” o “¿Te duchas?”…Oh, magnífico giro de los acontecimientos, el mundo se vuelve más amable, el sol brilla más y una enorme sonrisa se posa en mi rostro cual mariposa en una flor de un hermoso jardín. “¿Te has duchado?” o “¿Te duchas?”, significa mucho para mí, es mi frase preferida y no precisamente por el verbo duchar, sino por el efecto de condicionamiento clásico que me provoca. “¿Te has duchado?” o “¿Te duchas?” es poesía lorquiana, la prosa cervantina, es agua en el desierto de mis anhelos y ansiedades, es la calma tras ese viento de levante, ese temporal que me quema por dentro cuando siento que puedo morir tras un celibato temporal y cruel. “¿Te has duchado?” o “¿Te duchas?” es olor a café por la mañana, es el perfume que embriaga mis sentidos, es la felicidad al alcance de mi mano. “¿Te has duchado?” o “¿Te duchas?” es el final de una espera, aunque sea corta que siempre se me hace larga. “¿Te has duchado?” o “¿Te duchas?” es música en clave de Sol para el pentagrama en el que se escribe la banda sonora de mi existencia. “¿Te has duchado?” o “¿Te duchas?” es esa mano que me rescata del pozo en cuyo fondo riela mi tristeza alentada por la argenta luz de la luna. “¿Te has duchado?” o “¿Te duchas?” es el sabor dulce que edulcora las horas, que endulza cada segundo que pierdo en inspirar, expirar… en respirar al fin y al cabo. “¿Te has duchado?” o “¿Te duchas?” es la sístole y la diástole que motiva, que siempre ha motivado y dado sentido a la continuidad de mi ritmo cardíaco. “¿Te has duchado?” o “¿Te duchas?” entierra bajo la anodina tierra del absurdo mis reflexiones sobre lo insustancial que a veces es permanecer un día cualquiera, en casa, leyendo, tumbado en el sofá, viendo la tele, escribiendo, cocinando, poniendo la lavadora (eso es mentira), jugando con los peques o rascándome el escroto.
Y es que, cuando de sus labios, de sus cuerdas vocales, emana la pregunta, las preguntas, “¿Te has duchado?” o “¿Te duchas?”, casi siempre significa que hay muchas, pero muchas, posibilidades de hacer el amor (follar cuando hay mucha confianza). “¿Te has duchado?” o “¿Te duchas?” es la campana que hace salivar al perro de Pávlov, es estímulo que hace salivar al perro de Younes, incluso cuando es una falsa alarma y lo único que desea mi querida compañera de vida es que me lave porque “no sé si quieres batir un récord”, porque simplemente ya hiedo como animal callejero, o porque ese día se han cambiado las sábanas. Aún así, salivo aunque tras el toque de campana solo me espere agua caliente y gel de baño. Es lo que tiene ser un animal.