Apenas tienen seis años, pero los niños de la tribu samburu, en el norte de Kenia, ya trabajan de sol a sol dirigiendo rebaños de reses. Tras doce horas de pastoreo, los pequeños aún tienen fuerzas para ir a clases nocturnas y luchar contra la condena impuesta por su entorno: el analfabetismo.
El "lchekuti", niño pastor, es el hijo más inteligente de la familia, al que sus padres eligen para que se haga cargo del ganado. Suelen tener entre seis y catorce años y dejan sus casas a las seis de la mañana llevando solo una cantimplora con agua y una vara para conducir el ganado.
Por la noche, agotados por el cansancio, aprenden inglés, swahili, matemáticas, ciencias sociales y religión.
Las misioneras de Santa Teresita, que trabajan desde hace quince años en territorio samburu y que son las promotoras de las clases nocturnas para los pastores, hablaron con los ancianos de la comunidad para hacerles entender que la educación es una virtud para sus niños.
"Para que una iniciativa cale en una cultura tan tradicional hay que convencer a los ancianos de la tribu de que es buena. Si ellos la aceptan, la comunidad lo acatará, el proyecto debe ser suyo", explica a Efe Charito Cabrera, misionera de la congregación.
El programa incluye una cena antes de las clases. Los niños toman cada noche "uji", similar a un guiso con gachas. De vez en cuando, pueden permitirse darles algo de carne.
El objetivo es que la educación cale en una cultura tan primitiva. "Con el incentivo de dar una cena evitamos la desnutrición y conseguimos la aprobación de las familias para que envíen a sus niños al colegio", señala Mercedes Barceló, presidenta de la ONG que financia el programa, África Digna.
"Ellos solo toman un té por la mañana y otro por la tarde. Durante el día, cuando están pastando y sienten hambre, hacen un corte en la vena de alguna de las cabras a las que cuidan y le saca sangre que mezclan con algo de leche, después tapan la herida del animal con tierra" explica la misionera.
Naeku, una niña de apenas diez años, se dirige a casa para guardar el ganado y acudir a clase. Bajo su brazo porta un machete, así se siente respetada por las reses. Camina decidida y pausada, sabiendo que tiene a su cargo el bien más valioso de su familia.
Son las siete y media de la tarde y, después de cantar algunas canciones tradicionales, 30 niños llenan el aula de una pequeña escuela de Lulu, en el norte del país.
En clase, los menores nunca pierden de vista la vara con la que conducen el ganado, la posan bajo el pupitre y se centran en aprender.
El profesor repasa hoy las sumas ante sus miradas atentas y cansadas. Las lecciones guardan el mismo ritmo que sus cantos tradicionales, y los alumnos entonan los números en un perfecto suhawili, a pesar de no ser su idioma natal.
"Cuando comencé como profesor su estilo de vida era diferente. Por ejemplo, las chicas se casaban muy jóvenes. Pero tras varios años de clases se nota un cambio sustancial" explica a Efe Elijah Labarakwe, profesor de los niños pastores.
En las últimas filas los menores no interrumpen la clase con sus travesuras, estampa usual en Occidente, pues su cansancio hace mella. "Hay muchos niños que se duermen en clase, es algo inevitable tras horas y horas trabajando", apunta Barceló.
"Mi asignatura preferida es matemáticas. Cuando sea mayor quiero ser profesora", confiesa a Naeku Lesingiran, alumna en Lulu.
El programa, también llamado "lchekuti", nació en 1996 y alcanza los 280 pastores matriculados.
"Durante la estación seca el número de niños desciende porque se van del poblado en busca de pasto para sus animales", explica Cabrera, que asegura que este año solo llovió seis días en este árido terreno.