A las 20:15 horas de un día como hoy, 9 de julio pero de 2016, la tauromaquia escribía una de sus páginas más trágicas de las últimas décadas, porque justo en ese momento un toro mataba a Víctor Barrio en Teruel, arrancando ahí la leyenda del héroe de Grajera, cuya muerte conmocionó e hizo despertar al toreo.
Víctor sólo tenía 29 años y toda una vida por delante, la que "Lorenzo", que era como se llamaba aquel toro de la ganadería de Los Maños, le arrebató en aquella infausta tarde.
Barrio trataba de instrumentar una tanda al natural cuando una ráfaga de viento le dejó al descubierto, momento en el que el toro le derribó y, una vez en el suelo, le metió el pitón a la altura de la axila izquierda, hundiéndolo contra la arena y matando prácticamente en el acto el joven segoviano.
CONMOCIÓN DENTRO Y FUERA DE LOS RUEDOS
Aquella imagen dio la vuelta al mundo porque la corrida estaba siendo retransmitida en directo por las televisiones autonómicas.
Por la manera que quedó tendido en el ruedo ya se advertía la extrema gravedad del percance, corroborado pocos minutos después en la enfermería de la plaza, donde los galenos poco más pudieron hacer que confirmar su defunción.
Desde aquel momento los informativos nacionales y extranjeros se hacían eco de la noticia, todos recogían el funesto suceso en sus cabeceras, porque Víctor Barrio se había convertido en el primer torero en perder la vida en una plaza de toros española en el siglo XXI.
Una muerte que también supuso una bofetada de realidad y una muestra cristalina de la verdad del toreo, donde todo lo que pasa es real, la sangre es real y hasta la muerte es real.
Había que remontarse a 1996 para encontrar el último torero que perdió la vida por una cornada.
Fue el banderillero Curro Valencia en la Feria de Julio de Valencia, y cuatro años antes, en 1992, fueron también los subalternos Manolo Montoliú y Ramón Soto Vargas los que murieron sobre la arena de la Maestranza de Sevilla; aunque los últimos matadores en fallecer en ruedos españoles fueron "El Yiyo" y "Paquirri" en 1985 y 1984, respectivamente.
Había pasado tanto tiempo que, inconscientemente, ya nadie contemplaba que un torero pudiera morir en una plaza. La técnica que se aprende en las escuelas taurinas ha ayudado mucho, aunque más todavía la evolución de la cirugía taurina, cuyos especialistas son considerados auténticos ángeles de la guarda.
EL TOREO MÁS UNIDO QUE NUNCA
Pocos minutos después de la muerte de Víctor Barrio el toreo despertó de sopetón a consecuencia de esa bofetada de realidad y todos sus representantes (toreros, ganaderos, empresarios, apoderados, periodistas especializados y demás profesionales) se volcaron en mensajes de aliento a la familia del torero fallecido, a sus padres, Joaquín y Esther, a su hermana Ruth y a su mujer Raquel.
Aunque Barrio era natural de Grajera, un pequeño pueblo segoviano de poco más de 200 habitantes, vivía desde hacía años en Sepúlveda, lugar en el que se instaló la capilla ardiente y donde acudió toda la familia taurina, que aquel día abarrotó este municipio para dar el último adiós al compañero caído.
Enrique Ponce, El Juli, José María Manzanares, Cayetano, Miguel Ángel Perera, Juan José Padilla, Miguel Abellán, Joselito, Pepín Liria, Espartaco, Rafaelillo, Morenito y Curro Díaz, David Mora o hasta José Tomás fueron algunos de los rostros que se dejaron ver entre los más de 3.000 asistentes que sacaron a Barrio por última vez en volandas y lo despidieron a grito de "¡Torero, torero!.
Han pasado ya cinco años pero su recuerdo sigue permanece imborrable en la memoria de cuántos le conocieron y le admiraron.
Su espigada figura, esa sonrisa tímida que siempre le acompañaba, esa mirada llena de luz, de ilusión por llegar un día a ser alguien importante en la profesión, de refrendar el buen ambiente que había dejado de novillero pero siempre por el camino de la honestidad, aunque eso significase torear poquito desde que tomara la alternativa en 2012 en su plaza de Madrid.
Un cariño que quedó también refrendado en el festival que le tributaron aquel 2016 en Valladolid (liderado por José Tomás) y el sinfín de recuerdos en las plazas donde logró sus más destacados éxitos, como en Madrid, donde este año se ha descubierto un azulejo en su memoria.
UN LEGADO ÚNICO
Barrio fue también, y sin quererlo, uno de los artífices en crear el precedente de que no todo vale en las redes sociales, que la libertar de expresión tiene un límite y que los mensajes de odio que recibió por parte de numerosos desalmados, que celebraron su muerte y vejaron su memoria, merecían ser castigados.
La Fundación Toro de Lidia fue el engranaje legal que se encargó de luchar por su honor durante todos estos años y consiguió que un tribunal condenara a una exconcejala de un pueblo de Valencia a indemnizar a la familia por un mensaje publicado por aquel entonces en las redes sociales, sentencia que fue ratificada por el Tribunal Supremo y hace pocos meses confirmada por el Tribunal Constitucional.
Esta victoria legal se une al legado taurino que deja también el torero segoviano, traducido en la fundación que lleva su nombre y que dirige su esposa, Raquel, y que está encaminada a acercar el toreo a los más pequeños, porque, como él solía decir: "La tauromaquia más que defenderla, hay que enseñarla".