Hasta a mí me llamaron casta cuando Podemos
repartía carnés de buenos y malos ciudadanos atendiendo a su ideología, renta u odios particulares, como en el caso del sujeto, otrora amigo, que me lo espetó en una conversación pública en Facebook solo por llevarle la contraria.
Castuza. Flipas. Pese a mis apellidos y la humildad de mi familia y mi barrio que el interfecto conocía de sobra. Esto pasó en España anteayer como quien dice y hoy,
quienes alimentaron prejuicios y señalaron a diestro y siniestro (en listas negras virtuales),
gobiernan... para todos.
Como reacción a esto surgió Vox. Pero la formación de Santiago Abascal, que en un principio reivindicó la
lucha contra el pensamiento único, no tardó en actuar
del mismo modo que Podemos, sermoneando, en lugar de hacer política.
Ejemplos los hay a decenas. Pero dos recientes muestran hasta qué punto las dos formaciones son
las dos caras de la misma moneda: el iliberalismo.
El ministro de Consumo,
Alberto Garzón, decide prohibir la publicidad de dulces, galletas, helados, bebidas calóricas y resto de productos alimenticios ricos en sales, azúcares y grasas -considerados nocivos para la salud por la Organización Mundial de la Salud (OMS)- que vaya dirigida a los menores de 16 años.
Lamentablemente, Garzón no ha tomado
ninguna medida para favorecer el acceso a los hogares con rentas medias y bajas el acceso a alimentos frescos, como pescado, frutas y hortalizas, dado el elevado precio de estos productos. ¿Sabría el ministro (como Zapatero con el precio del café en un bar) cuánto cuesta un kilo de plátanos o unas acedías? Probablemente, no.
Cobra demasiado.
Pero, además, Garzón muestra una
peligrosa tendencia a inmiscuirse en la vida privada de los españoles, cuestionando la capacidad de todos y cada uno de nosotros para ocuparnos de nuestros hijos y cuidar de nosotros mismos. Y, créanme, con todo el respeto del mundo, que no me haría ni pizca de gracia que Garzón educara (ni reeducara, que es lo que quiere hacer con la gente en general) a mis dos pequeñas.
Ni Garzón ni Rocío Monasterio, que, en el extremo contrario,
imita al ministro. Monasterio ha recomendado
comprar cunas y muñecas a las niñas y a los niños, coches, tractores, tanques, grúas y arcos.
El mensaje lanzado este viernes
produce sonrojo, en primera instancia, pero, también con el debido respeto, total y absoluto
desprecio. ¿
Quién demonios es Monasterio para establecer qué es lo normal o lo mejor para que jueguen mis hijas? Me resulta incómodo y tremendamente ofensivo.
Otro tipo, este no era amigo, militante de un grupo ultracatólico,
me condenaba al infierno cada vez que podía. Un chiflado, en definitiva, al que, en cualquier caso, no me tomaba muy en serio. Ni tan siquiera perdí un segundo en defenderme preguntándole qué merito tiene ser santo
si no hay libertad para pecar.