El mundo precisa cambios. Y si toda la vida es un ir y venir, de vueltas y revueltas, ¿por qué hemos de temerle a las reformas? Es importante que las diversas culturas profundicen y asuman un estilo de vida de verdadera donación. Hoy todavía, buena parte de la población mundial vive en condiciones de desamparo y miseria que son una ofensa a la dignidad humana. Tampoco es ético hacer repatriaciones selectivas de colectivos marginados. No es lícito, igualmente, que la tortura o los escudos humanos se sigan produciendo y reproduciendo por doquier lugar. Todos estos desajustes exigen una movilización moral y financiera, que comprenda objetivos precisos para lograr una disminución radical de la pobreza, así como para acrecentar el respeto hacia Naciones Unidas. Son muchos los peligros mundiales que deberíamos parar, la fuerza nunca resuelve nada, es cuestión de apostar por un mundo distinto, donde la solidaridad debe convertirse en el abecedario común de todos los seres humanos.
Cambios es lo que precisa este mundo incivilizado, crecido por una civilización fría, que todo lo toma como divertimento y espectáculo, en ocasiones hasta las personas son utilizadas como parte de esa exhibición cruel de las cosas. Cada día son más las personas que comienzan y terminan su vida sin saber lo que es una alegría. ¿Dónde está el avance humanitario? Es cierto que en un mundo cada vez más interdependiente, el orden no puede por menos de ser el fruto del compromiso de toda la humanidad. La construcción de esta cultura global de donación es, quizá, la mayor tarea moral que debemos emprender y hemos de hacerlo con urgencia.
En esa civilización de las donaciones no tienen sitio los sembradores del terror, la comunidad internacional debe exterminar el fenómeno del terrorismo internacional. Engendrado por el odio, el aislamiento y la desconfianza, aquellos cultivadores de chantajes lo único que hacen es añadir más violencia a la violencia, en una espiral de fanatismos que amargan y envenenan a cualquiera que tenga corazón, y corazón de ciudadano del mundo. Nadie puede quedar a su suerte, sino a la suerte de una civilización unida por vínculos humanos. Ninguno puede desinteresarse de la situación de su propia especie y permanecer pasivo ante los aires destructores. Cuando los derechos de grupos enteros de ciudadanos son violados, o cuando quedan desprotegidos por sus propios gobiernos, es plenamente razonable y precisa la intervención de las organizaciones internacionales, que lo han de hacer lo antes posible para restablecer el orden. Una justicia que repara tarde no es justicia.
Avivar el estímulo de darse y donarse es un buen ejercicio para evolucionar. Cualquier donación sea bienvenida al mundo de la civilización. España lo es, en liderazgo mundial, con referencia a las donaciones de órganos. Las Naciones Unidas buscan historias de jóvenes de todo el mundo que están trabajando para la paz, de manera incondicional y desinteresada. Estos gestos me parecen muy positivos. Los jóvenes y la paz, el desarrollo y la juventud, son algo más que palabras interconectadas, llevan implícito una fascinante tarea, la de proporcionar claves para la convivencia de culturas diversas. Sabemos que muchas instituciones internacionales ya trabajan por una civilización civilizada de muy diferentes formas, desde hace muchos años, bien ejerciendo de mediador, promoviendo la tolerancia, haciendo campañas pacifistas, activando renovadores sistemas educativos, y, sinceramente creo que este es el camino del cambio que la humanidad necesita. El punto está en ver la generosidad que ponemos en ello. Por mucho que hablemos de desarrollo social de nuestra sociedad, si las medidas no van acompañadas de una participación generosa de toda la ciudadanía, difícilmente se avanzará.
Desde luego, los signos solidarios deben infundir valentía en los gobiernos, que no han de desalentarse por las presiones de grupos que rechazan la solidaridad movidos por un nacionalismo exagerado de fuertes tendencias aislacionistas. Algo temible y terrible en un mundo globalizado. Es cierto que la nueva civilización debe cultivar la generosidad más y mejor, tomando como principio el hecho de que la persona debe estar en el centro de todo avance sostenible, considerando, asimismo, que sin relaciones armónicas el progreso tampoco es posible. En cualquier caso, no podemos ni debemos defraudar las expectativas de los pueblos del mundo. Todo el mundo espera de nosotros solidaridad en favor de un orden social más global y equitativo, en el que las tensiones puedan ser mejor habladas y convenidas, y donde los conflictos encuentren más fácilmente una solución negociada. Cuando se dona una civilización a causas justas, no sólo se alimenta el sosiego entre las personas, también se está defendiendo la paz de cada día, tan importante como el pan diario.