La expectación generada por la secuela de Puñales por la espalda ha estado a la altura de su predecesora, aunque el resultado final dista en exceso de la cinta original, cuya capacidad de fascinación se evapora, en este caso, a la media hora de proyección, una vez concluye la convincente presentación de cada uno de los personajes de este nuevo misterio y llegan a la isla donde deberán enfrentarse a un desarrollo y desenlace tan inesperado como poco estimulante pese al incremento de su fuego de artificio.
La clave ante tan decepcionante ejercicio narrativo tal vez resida en el hecho de que el filme funciona mucho mejor como comedia sofisticada -siempre con constantes guiños y gags inteligentes- que como película de misterio, con el inconveniente de que la segunda ejerce de lastre de la primera. Rian Johnson, es cierto, lo borda en ese pretendido subtexto desde el que disecciona a cada uno de los protagonistas para ofrecer un retrato más o menos aproximado de cierto estrato social privilegiado y de la sobreactuada exposición de determinados gurús sociales y empresariales tras cuya fachada apenas se sostienen dos ocurrencias, tal y como lo detecta de inmediato, obviamente, el detective Benoit Blanc (Daniel Craig), convencido de que tanta exuberancia impostada y caprichosa no puede obedecer más que a la estupidez y la ignorancia de quien la predica.
En este sentido, Johnson muestra una inspirada comicidad en el subrayado de los detalles que precipitan determinadas situaciones, pero en su constante desafío argumental termina confundiendo el tono y los propósitos, desaprovechando el marco espacio temporal en el que contextualiza la trama: en plena pandemia y en una isla privada, como si pusiéramos nuestras fobias actuales en manos de Agatha Christie, pero sin su talento. Hay, asimismo, otro aspecto que incide en el debilitado interés de esta secuela: el único personaje que repite, el del citado detective, parece otro, casi una caricatura del anterior, pese a la consistencia y solidez que Craig le aportó en el primer filme. Se llama concesión a la galería, y también va en detrimento de una película en la que sobresalen Edward Norton, Janelle Monáe, Kathryn Hahn, Kate Hudson y hasta los episódicos Ethan Hawke y Hugh Grant, sin que su contribución coral logre situarse a la altura de su predecesora a causa de un guion demasiado farragoso como relato de suspense, aunque felizmente mordaz en su faceta antropológica.