Saboreé cada cuarteta de la chirigota ilegal Los Llorones en una peña de Cádiz los pasados carnavales. Sin límites para el humor, parodiaba, con enorme carga de denuncia social, la explotación de los principales referentes de la hostelería gaditana a los trabajadores del sector. Para el recuerdo alguna de sus letras: “Un amigo es un amigo, le dije a un camarero mío. Y era tan amigo y tanta la amistad la nuestra, que le dije muy dolío: un amigo de verdad no cobra las horas extra. Un amigo no te dice voy al sindicato, un amigo no denuncia y friega gratis to los platos. Si te ve acosando a una camarera no declara de testigo, ni se da de baja le dé un infarto allí contigo… porque la amistad es regalar el corazón del camarero a su hostelero. Me dijo este amigo mío: mi padre ha fallecío, déjame que libre un día, y dije sabes que quiero, pero es que pierdo dinero, ten un poco de empatía; me haces aquí mucha falta, porque es temporada alta y tu padre, te hablo en serio, no se irá del cementerio. Ve después de carnavales, ten un detalle conmigo que yo te quiero, mi amigo, más que tu padre”.
Me desternillé pensando que la irreverencia rozaba la hipérbole más surrealista. Sin embargo, debo confesar que me equivoqué. No exageraron. Más bien, se quedaron cortos después de escuchar días atrás al presidente de la patronal hostelera (Horeca), Antonio de María, reclamar un contingente de estudiantes marroquíes para cubrir las vacantes de camareros que necesitan en verano.
Sindicatos y partidos han tachado a De María de “racista y explotador” por intentar conseguir mano de obra barata en el país vecino ofreciendo las condiciones laborales y salariales que rechazan los holgazanes parados gaditanos. No es cierto que no haya trabajadores, lo que no hay son esclavos, mano de obra lowcost que acepte sin rechistar la explotación.
Ya incidió en esta triste realidad Pepe Berasaluce, director del Máster de Innovación gastronómica e investigador de la Universidad de Cádiz en su artículo La ética del trabajo gastronómico en España publicado en la revista científica Periférica internacional en el que certifica que el convenio colectivo de Horeca en Cádiz es el peor de toda España:“Los más bajos salarios del mercado laboral. Trabajar en la hostelería se convierte en algo más degradante, lo menos digno de esta industria del turismo: a destajo, sin control horario y con una dudosa legalidad. De la jornada de 40 horas semanales las nuevas exigencias de la patronal pasan por trabajar 12 horas la jornada máxima para afrontar mejor las situaciones de mayor demanda”.