Hace unas fechas que hemos conocido el fallo de un tribunal de los Estados Unidos de Norteamérica en el que se da la razón al Estado Español en la denuncia interpuesta contra la “ODYSSEY MARINE EXPLORATION”, una empresa norteamericana, sospechosa de expolios submarinos, que tiene su sede en Tampa, Florida (EE.UU) y actividad en los mares de todo el mundo y uno de cuyos centros de trabajo más importantes se encuentra en Gibraltar.
La Odyssey había localizado a la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, hundida el 5 de octubre de 1804 por una flotilla inglesa que, pese a no existir previa declaración de guerra, atacó el convoy compuesto por cuatro naves, de la que la Mercedes formaba parte.
El convoy español, procedente de América y formado por los navíos Fama, Medea, Santa Clara y Nuestra Señora de las Mercedes, avista al sur de Portugal, frente al Cabo de Santa María, en la zona del Algarbe, a una flotilla inglesa compuesta por cuatro navíos al mando del comodoro Graham Moore: Amphion, Tireless, Lively y Medusa.
Los dos países no están en guerra, pero la flotilla inglesa exige el rendimiento de las naves españolas, que tras celebrar reunión de sus jefes, deciden presentar batalla. La escuadra inglesa obtiene una sonada victoria en la que se ha llamado Batalla del Cabo de Santa María.
Los navíos españoles tuvieron poca fortuna y la fragata Mercedes fue la primera en sucumbir tras sufrir la explosión de la santabárbara como consecuencia del fuego inglés, que la hizo saltar por los aires y hundirse casi de inmediato.
La santabárbara es lo que modernamente se llamaría el pañol de municiones y era un almacén situado, preferentemente, bajo los cañones, en el que se almacenaba la pólvora y debe ese nombre a la imagen de Santa Bárbara, patrona de los artilleros, que siempre se colocaba en ese lugar, como divina protección.
249 personas, entre dotación y viajeros se fueron al fondo con los restos de la Mercedes. Las 51 personas que lograron sobrevivir a la tremenda explosión y posterior hundimiento, fueron apresadas por los ingleses.
Luego, otros navíos fueron hundidos o apresados y todos los tripulantes y pasajeros, hechos prisioneros, trasladados a Inglaterra.
A bordo de la Mercedes iba uno de los botines más importantes expoliados por la firma Odysseys: medio millón de monedas de oro y plata que la fragata había embarcado en los puertos americanos de Callao, Lima y Montevideo.
Y en este último puerto, capital de Uruguay, embarcó una familia española que volvía a la Patria: Diego de Alvear y Ponce de León, su esposa, María Josefa Balbastro y Dávila y su numerosa descendencia. Regresaban después de muchos años en tierras americanas. Sus ocho hijos, nacidos todos en el Nuevo Continente, venían a España por primera vez.
Se había formado en el Mar del Plata, una flotilla compuesta por los cuatro barcos al mando del brigadier José de Bustamante, en los que regresaban a España varias familias, además de la mencionada de Alvear, se enviaban los tesoros obtenidos en las colonias y se trasladaban los correos.
Diego de Alvear es un personaje muy desconocido en la historia de España. Salvo para los habitantes de San Fernando, ciudad a la que estuvo muy vinculado en sus últimos años y en la que tiene una calle dedicada, pienso que es tremendamente ignorado, pero su importancia en la vida militar y política de principios del siglo XIX fue grande, sobre todo en Argentina, por entonces integrante de la colonia española llamada Provincias del Mar del Plata y en la que su hijo Carlos María de Alvear llegaría a desempeñar importantes cargos políticos, llegando a ser Presidente de la Asamblea, lo que hoy diríamos es el Parlamento. Su nieto, Torcuato, fue padre de Marcelo T. de Alvear, presidente de la República de Argentina entre 1922 y 1928.
Diego nació en Montilla, el año 1749, en el seno de una familia de vinateros, fundadores y propietarios de las Bodegas Alvear, que todavía existen.
Cursó estudios militares y en 1774 marchó a Argentina en donde permaneció durante treinta años, desempeñando cargos militares y políticos. Allí, el 2 de abril de 1782, se casó con María Josefa, hija de un importante hombre de negocios: Isidro José Balbastro y Catalán. Con ella tendría diez hijos, el mayor de los cuales, Carlos María, fue el único en salvarse de la tragedia que asoló a la familia y a su fortuna, que viajaba a bordo de la fragata hundida. Otros dos habían fallecido antes de la gran tragedia familiar.
Pero desde 1774 hasta 1782, Diego no permaneció inactivo. Antes al contrario, desarrolló una importante actividad en la zona del río Paraná y Uruguay, en donde vivió algunos años.
Una nieta del brigadier Alvear, María Joaquina de Alvear y Saénz de Quintanilla escribió una historia de la familia en la que asegura que su abuelo tuvo una relación amorosa con una india guaraní llamada Rosa Guarú, de la que nació un niño que daría lugar a una historia que otro día contaré.
La familia Alvear embarcó en la Mercedes, pero de inmediato, el segundo comandante de la escuadra don Tomás Huarte, fue desembarcado por contraer una repentina enfermedad y Diego de Alvear, el militar de mayor graduación, ocupó el puesto de segundo jefe de la flotilla, a las órdenes del brigadier Bustamante y a bordo de la fragata Medea. Solamente su hijo Carlos le acompañó a su nuevo barco; el resto de la familia permaneció en la Mercedes. El 9 de agosto de 1804, zarparon rumbo a España.
Tras el desastre, Diego y su hijo Carlos fueron conducidos a Inglaterra, en donde permanecen como prisioneros aunque disfrutan de ciertos privilegios, pues no en balde Diego es un alto cargo de la Marina Española.
El viudo Alvear, se consuela bien pronto, como solía ser costumbre en la época y asistiendo diariamente a misa, conoce a una joven inglesa llamada Louise Ward, con la que se casará más tarde.
La falta de declaración de guerra previa, con la que la flotilla inglesa atacó a la española, obligó a Inglaterra a indemnizar a la familia Alvear, entre otras, además de producir su puesta en libertad, aunque hubieron de pasar quince meses hasta su liberación.
En 1806 regresa a España y un año después, el 20 de enero de 1807, se casa con la inglesa, con la que tendrá otros siete hijos.
En agosto de ese año, Diego de Alvear es nombrado Comandante de las defensas de artillería de Cádiz, plaza de suma importancia y con un verdadero potencial artillero y aquí le sorprende la invasión napoleónica de 1808 que convierte a Francia, de aliado, en enemigo.
Era el Comandante General y Gobernador de la Plaza el general Solano y a sus órdenes, Diego organiza las defensas y sobre todo, pasa a la historia por crear un cuerpo de voluntarios llamados “Voluntarios distinguidos de Cádiz”, compuesto por unos dos mil milicianos que jugaron un papel importante en los acontecimientos que en Cádiz tenemos siempre tan presentes.
Al uso de aquella época, los milicianos, hijos de familias distinguidas, diseñaron rápidamente un uniforme que embelleciera sus batallones y les distinguiera, eligiendo prendas de lo más llamativas: casaca roja con vueltos y solapas verdes; botones plateados y corbatín negro; pantalón ahusado ajustado a la pierna; gorro con cabos de plata y plumero; zapatos negros con hebilla; correaje blanco y colgando del costado izquierdo, un sable curvo.
Con cierta frecuencia y siempre en actos que conmemoran los acontecimientos vividos en los albores del siglo XIX, vemos desfilar por las calles de nuestra ciudad a algunos piquetes rememorando aquellas brigadas de voluntarios distinguidos. Lamentablemente su uniforme no se ha confeccionado siguiendo la descripción que antecede y visten casacas azules con solapas rojas, faltando otros elementos del uniforme o desvirtuando el original.
Como comandante de las brigadas de artillería, refuerza las baterías de El Trocadero, La Carraca y la Casería de Ossio, desde la que se hostiga a la flota francesa fondeada en la Bahía, hasta conseguir su rendición.
Todavía podemos observar las construcciones militares que albergaron aquellas baterías de costa que en bastante buen estado de conservación, sirven de permanente recuerdo de los difíciles y gloriosos días vividos en esta ciudad.
De los barcos franceses se hacen más de tres mil prisioneros, se rescatan cuatrocientos cincuenta cañones; mil quinientos quintales de pólvora que se distribuyen por los polvorines de la zona; mil cuatrocientos fusiles y más de cien mil cartuchos, con los que se arman a las milicias de la ciudad.
Posteriormente, en 1810, fue nombrado Vocal de la Junta de Gobierno y Defensa de Cádiz, a la vez que Gobernador político y militar de la entonces llamada Isla de León, la actual San Fernando, en donde juega un papel de extraordinaria importancia en la contención de las huestes de Napoleón. Parte de los cañones arrebatados al enemigo, sobre barcazas cañoneras, hostigan e impiden que las tropas de tierra pasen del caño de Sancti Petri.
A Diego de Alvear se debe la construcción de las baterías defensivas del Puente Zuazo y siguiendo la línea del caño, las que se montaron en las salinas de Bartibas, Gallineras y Campo Soto, muchas de las cuales aún se pueden contemplar, aunque lamentablemente no con el esplendor con el que debieron lucir. Entre las troneras, de escasa altura, se colocaron las piezas de gran calibre que contuvieron al ejército de Napoleón.
En la defensa del Puente Zuazo, emblemático lugar en la resistencia numantina que se hizo de la ciudad, sobre el caño que une el fondo de saco de la Bahía de Cádiz con la costa de mar abierto, a la altura del antiguo templo de Herculano, posteriormente castillo de Sancti Petri, el Brigadier Alvear se hizo más famoso de lo que ya lo era, razón por la que el General Castaños le repetía: “sois más famoso aquí que Pizarro en las Indias”.
Su heroicidad en la defensa le valió la condecoración de la Gran Cruz de San Hermenegildo que hoy se concede por años de permanencia en las Fuerzas Armadas, pero que, evidentemente, tuvo otro significado muy distinto.
Fue Alvear el encargado de buscar un primer alojamiento a las Cortes Constituyentes que se reúnen en San Fernando en el Teatro Cómico, hoy Teatro de Las Cortes, antes de trasladarse al Oratorio de San Felipe Neri, en Cádiz.
Alvear estuvo en activo hasta cumplir la edad de ochenta años, momento en que solicitó cuatro meses de licencia para trasladarse a Madrid, en donde le sorprendió una pulmonía que acabó con su vida el 15 de enero de 1830.
Bastante olvidado en esta tierra que tanto le debe, quizás hayamos hecho un acto de justicia, rescatando la figura de un militar ejemplar que tan destacado papel jugó en uno de los acontecimientos bélicos más trascendentales por los que ha pasado nuestra querida España.
Un último apunte de la saga familiar: su hijo Diego de Alvear y Ward, fue amigo íntimo del poeta romántico José de Espronceda, el cual dedicó una elegía a la muerte del padre de su amigo que termina así: "la parca injusta / roba tan sólo efímeros despojos, / y alta y triunfante la alcanzada gloria / guarda en eternos mármoles la historia".
La sentencia del tribunal de Tampa, ha servido para desempolvar esta emotiva página de nuestra historia.
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