¿Qué le pasa a tu cuerpo cuando te inmolas? Es una de las búsquedas en Google de una chica a la que investigó la Guardia Civil y uno de los casos de menores radicalizados con los postulados de la yihad. Su número aumenta desde la pandemia, en una proporción inquietante que preocupa a las fuerzas de seguridad.
Y no solo en España. Según explican a EFE fuentes del Servicio de Información de la Guardia Civil, la pandemia de la covid-19 ha resultado ser un "potenciador" en esta "explosión" de casos de menores, con perfiles de vulnerabilidad que favorecen una radicalización "exprés".
En suma, una "bomba de relojería", como gráficamente describen las fuentes consultadas. Y es que ese cambio social que supuso el confinamiento y supone ahora el postcovid ha dejado a los menores más horas expuestos al mundo "online". No es extraño que lleguen a estarlo hasta diez horas diarias.
Antes de la pandemia la Guardia Civil ya había detectado algún caso de menores en avanzado estado de radicalización, pero eran la excepción. Ha sido durante la covid y después cuando se ha observado ese preocupante pico, así como la migración de los contenidos yihadistas a las redes más usadas por los jóvenes.
Sin perfil definido, pero nativos digitales
Los investigadores de Servicio de Información del instituto armado insisten en que no hay un perfil concreto del menor radicalizado. En sus operaciones han encontrado tanto españoles conversos sin injerencia familiar para llegar a esa conversión, menores procedentes de un ámbito muy humilde, jóvenes educados en un entorno de nivel económico alto...
En cualquier caso, todos ellos son "nativos digitales", expertos en una "navegación oculta" que dificulta su identificación y les permite sustraerse a la supervisión paterna.
Difícil también para los investigadores, pero no imposible, descubrir quién está detrás de esos contenidos radicales. "A veces nos sorprende su edad", reconocen las fuentes, que sitúan el inicio de la radicalización entre los 12 y 13 años y la media de los detenidos en las diferentes operaciones entre los 15 y los 17 años.
También les ha llamado la atención a los investigadores el hecho de que los menores consuman contenidos que no son actuales. Pese a la desaparición del califato y de su aparato mediático, la propaganda sigue fluyendo y los menores la replican.
Su capacidad tecnológica les permite "adaptar" esos contenidos antiguos y reeditan los vídeos o manipulan los vídeojuegos, de tal manera que ya no son solo consumidores de propaganda yihadista, sino incluso emisores al constituir entidades mediáticas propias.
Es decir, "toman parte activa de forma equivalente a la yihad militante", porque entienden que "la yihad por la palabra equivale a la yihad por la espada" o que "difundir es igual que empuñar", resaltan las fuentes.
Por tanto, los menores no son solo consumidores pasivos, sino que "forman parte del califato virtual, irradiando ideología" con el material que manipulan.
¿Una nueva subcultura urbana?
Casi se podría hablar de una "subcultura urbana", de una especie de "tribu" con una estética y música concretas. De hecho, hacen uso de la llamada Nasheed, que se caracterizan por la incorporación de una voz que emite sonidos asociados a la lucha, como disparos o pisadas, y frases que llaman a la yihad y al combate contra Occidente.
La Guardia Civil ha detectado a menores que se han grabado a sí mismos con esa música de fondo, absolutamente abducidos por ella.
Una de las características común a estos menores radicalizados es su "ignorancia religiosa", su analfabetismo en esta materia, de tal manera que en lugar de ir a fuentes "directas", recurren a Internet, donde consumen mensajes extremos que "no contrastan".
Pero también hay casos de radicalización "off line", a veces a través de líderes de las comunidades que de forma sutil les trasmiten referencias del Corán sacadas de contexto, con ideas como el martirio o la lucha Oriente-Occidente, por ejemplo.
Prevenir desde la identificación temprana
Los investigadores no quieren ser alarmistas y aseguran que la prevención está funcionando gracias, en parte, al trabajo de los agentes con los actores implicados para concienciarles de este fenómeno y de que avisen de cualquier indicador sospechoso, como cambios en la forma de vestir o de relacionarse, el uso de expresiones de odio contra algunos colectivos o el rechazo a que una mujer, una profesora, por ejemplo, les mande.
Porque lo prioritario es evitar que pasen a la acción violenta, lo que puede suceder de la noche a la mañana, sin una planificación previa, como ocurrió recientemente en Francia cuando un joven degolló a un profesor.
Los actores de primera línea -padres, profesores, líderes de las comunidades musulmanas...- deben estar atentos a esos indicadores. Y es que las fuerzas de seguridad ven en la prevención un factor determinante, como lo es también dar visibilidad a este problema.
Porque aunque los menores "se radicalizan antes", de forma muy rápida, también son fácilmente recuperables.
Los investigadores reconocen que los padres están ahora más alerta a la violencia sexual o a la pornografía de la que pudieran ser víctimas sus hijos que a los indicios de radicalización. Por eso, les instan a que no minimice estos últimos.
Algunos ejemplos
Son ya muchas las operaciones de la Guardia Civil en las que se ha destapado una radicalización yihadista de menores. Quizá una de las más importantes sea la llevada a cabo en abril de este año con el golpe a la mayor estructura en España de captación de menores a través de las redes sociales.
Los dos detenidos en Benavente (Zamora) y Cullera (Valencia) tenían en su entorno virtual a entre 50 y 60 personas captadas, uno 80 por ciento de ellas menores.
Y significativa fue también la detención en septiembre en Vitoria de una mujer por adoctrinar a sus cuatro hijos menores de edad.
La Guardia Civil participó también en la localización en Bélgica de una menor española desaparecida y que había sido captada por un hombre de ese país. Se evitó su viaje a algún escenario terrorista.