Mis hijas Manuela y Carla; mi madre Pilar; mi hermana Ana; mis cuñadas Tere y Ana; mi abuela Lola; mis sobrinas Ana, María, Paula y Lara; mis primas Lucía, Carla, Blanca y Cristina; mis tías Amparo, Inés y María del Mar; mis ex novias Sure, Marga y Mónica; mis amigas María Esperanza, Manuela, Macarena, Taite, Marina, Barbara, Barbro, Alex, Kira, Mila, Linda, Aurora y Carolina; mi primera directora Blanca; mis compañeras periodistas Angels, Pepa, Pilar, Inma, Carmen, Marta, Patri, Isabel, Ana, Lourdes, Natalia, Elena, Mercedes, María José, Paola, Nicol, Lucía, María Eugenia, Marta, Inma, Eva, Lucrecia, Carmen, Ángela, Carlota y María José; las tertulianas políticas Amparo, Pilar y Micaela; las dirigentes María Jesús, Susana, Teófila, Marifrán y Rocío; las que me ayudaron en casa como Lorena y Jesi; mis alumnas en Loyola Andrea, Gabriela, Carmen, Yeyi, Lala, Mar y Louis; talentos formidables como María, Patricia y Mabel; compañeras de trabajo como Regina, Mari Ángeles, Vane y Virginia, y podría así seguir y seguir aportando nombres propios hasta acabar la columna y seguramente olvidaría muchas.
Todas ellas me han enseñado, y así cada 8M se lo repito a mis hijas, que las mujeres no son iguales que los hombres, sino mejores, mucho mejores mientras permitamos la desigualdad, que -parafraseando a Juan Carlos Aragón- “solo hace falta ver cómo está el mundo hoy en día para sentir vergüenza de ser un hombre”. Por todo ello, siempre he predicado y predico, Tolerancia 0 ante los machistas, los negacionistas y los peligrosos equidistantes. Frente a la desigualdad y la violencia de género, hay que ser absolutamente dogmáticos: o blanco si luchas contra el patriarcado y contra este terrorismo que mata a las mujeres, o negro si compras el argumentario nocivo y tóxico para la convivencia que escupe a diario la ultraderecha. Lo que me enerva es la compra de esta mercancía averiada por dirigentes acomplejados y por mujeres que no ven el peligro al que se exponen cuando se abrazan al machismo.
Frente a estos delirios inaceptables, suelo escuchar auténticos himnos de Bebe, Rozalén, Pasión Vega, David Palomar y Antonio Martínez Ares, quien en un pasodoble el año pasado con su comparsa La Ciudad Invisible describe a la perfección el miedo que siento como padre a cada día que acuesto a mis princesas-guerreras: “Ya es tarde, mañana hay que ir al colegio. Buenas noches, cielo mío, que tengas felices sueños. Y cuando apago las luces, conmigo el miedo combate porque no quiero que crezca y conozca a un hijo de puta que me la mate, que me la mate".