Con la llegada del calor, ya se sabe, aparece la primera revoloteando, jugando con la bombilla, rompiendo el silencio al rozar el oído. Es increíble que algo tan pequeño acabe con la tranquilidad de la rutina, porque tras ella vienen las demás, una escuadra en miniatura que no se amplía, pero no cesa de atacar. Es uno de los rigores del verano, como los mosquitos y las hormigas, el gazpacho y la piriñaca, la caricia de las olas y los churretes de sal. Sin ellos, la calor estaría incompleta, porque se echaría de menos la queja momentánea del sufriente al pelear con el dispensador de insecticida, la justa frescura de la comida y el paseo por la playa.
Esta es la mosca conocida, la que parece revivir multiplicada. Sin embargo, hubo una que produjo pesadillas tras salir del cine de verano, la protagonista de la película estrenada hace sesenta y seis años, con Vincent Price como actor de reparto. Salvando la distancia de la técnica cinematográfica, resulta curioso comprobar la inquietud que sigue vigente a pesar de los años, la preocupación por los avances de la ciencia, la mala gestión de los mismos al sobrepasar los límites establecidos, la pérdida del control y el perjuicio para la humanidad. Lo manifiesta Patricia Owens, la mujer del científico, cuya impaciencia queda en una respuesta lapidaria, no importa quién inventa las cosas, lo importante es que existen. Desde entonces hasta hoy, nos preocuparon la televisión, la velocidad de los coches, el vuelo de los aviones, los satélites artificiales. Luego fueron el correo electrónico, la inmediatez, Internet y hoy la Inteligencia Artificial, más desconocida cuanto más se sabe de ella.
La película tuvo una buena crítica y la respuesta de taquilla fue bastante aceptable, sin tener otra pretensión que la de entretener con la intriga muy bien trabajada y una puesta en escena impecable, colorida y detallada, como todas las de finales de los cincuenta, es decir, muy narrativas a partir de imágenes sugerentes.
Actualmente, La mosca está considerada como absurda y lo será para aquellos que se avergüenzan de títulos como Gilda o El caso del hombre menguante, sobre todo si se sacan del contexto, de la época. Sin embargo, cada vez que se incluye una de ellas en la programación de los canales estatales o de las plataformas, siguen despertando tanto interés como para verlas de nuevo ycomprobar su actualidad.
Un guiño nos hace volver a la puerta del cine de verano, imaginando las caras del público al salir con la voz de la mosca suplicante raspando los oídos y un peso en el pecho. Porque en el cine todo puede ser real.