¿Puede repartirse la virtud o la maldad? ¿Cuándo han pasado lo hechos a ser buenos o malos, convenientes o inconvenientes, virtuosos o monstruosos según quien los protagonice? La gravedad o importancia de las acciones no dependen de quien las ejecuta, salvo aquellos casos especiales de niños aún carentes de responsabilidad o personas psíquicamente disminuidas. Vamos, tontos y locos, para entendernos. Una multinacional contaminará más que un particular, pero el hecho de contaminar es igual de dañino, igual de grave lo cometa una multinacional o un pordiosero. El delito no es mayor ni más grave cometido por una empresa poderosa o por un honrado/a padre o madre de familia, amables y buenos vecinos. Recuérdese: la Ley no exime a nadie, ni siquiera a su desconocimiento.
La Ley. Pero algunas costumbres convertidas en leyes de hecho culpan o eximen en función de la situación social de su protagonista. Así, por ejemplo, parece justo combatir los más que elevados precios de la vivienda cuando vienen de una empresa. Entonces es especuladora. ¿Por qué no lo va a ser, también ese mismo precio si quien lo impone o pretende imponerlo es un o una particular? La multinacional mueve más dinero, gana más, en su conjunto detrae mayor cantidad a la sociedad y por tanto la empobrece en mayor proporción. El particular sólo esquilma a otro particular o a media docena. Pero la cuestión es la proporción. La especulación -que es delito en algunos países para beneficio de sus habitantes- siempre es especulación, la ejecute quien la ejecute. Otra cosa es que los grandes especulan en mayor cantidad. Pero cantidad es distinto a proporción.
Si la especulación aquí fuera delito debería tratarse como tal, en la medida que pueda corresponder. Pero mientras inmobiliarias y propietarios consideren “tarifa” el precio más alto, igual de grave es que sea ejecutado por uno o por otros. Cuando todos se quieren igualar por arriba con esa equidad deben ser juzgados.