Martin Luther King tuvo un sueño pero en él no aparecían las ONGs. No aparecían porque aquel pacifista de mirada fresca y piel repudiada, nunca entendió que su país gastara más dinero en armamento militar que en programas sociales.
“Esa conducta nos acerca cada día más a la muerte espiritual” -decía. Quizás por eso acribillaron su bondad anticlerical y su insultante juventud prematuramente, aunque luego la autopsia confirmara que su corazón había cumplido más de sesenta años. La mayoría dedicados a barrer la inmundicia terrenal contra los derechos civiles.
Las ONGs no serían necesarias si los estados postraran de rodillas el espurio que los corrompe ante las desdichas del universo. Todo ese esfuerzo anónimo que millares de personas realizan en condiciones precarias allende los territorios más inhóspitos e inaccesibles, sería innecesario si los que perfuman sus sobacos con Clive Christian's Imperial Majesty, aplicaran una sola pulverización de su petulancia sobre las necesidades de sus semejantes. Gastar ciento cincuenta mil euros en medio litro de lascivia envasada en frascos de cristal de Baccarat, para exhalar efluvios repulsivos después de un tratamiento acaricida en abluciones cristalinas, es una demostración más de la depravación humana cuyo fin se me antoja inalcanzable nosecuantoscientos mil millones de años después de vida en la tierra.
No es cierto que el hombre haya sido capaz de clonar y viajar al espacio. La expresión correcta debe sustituir al sujeto por el rico. El rico sí clona y va a la luna. El rico construye edificios helicoidales que perforan las nubes, crea islas con microclima unipersonales y diseña descapotables a la medida de su envanecimiento. Usa camisas con un as en la manga, cerca sus feudos de indiferencia y planta en su jardín tabaco de Vuelta Abajo para gozo exclusivo; pero no invierte en pobreza. Por eso es rico. Por eso y porque otros dejan que lo sea. Esos que le doran la píldora para tenerlos a mano cuando pinten bastos y les permiten todo tipo de tropelías fraudulentas ungidas con los arreboles de su desvergüenza. Políticos de moral embarrada parapetados en las rutinas que su estirpe practicaba ya en tiempos de la civilización sumeria, para justificar ante la plebe y ante sí mismos su condición execrable.
El otro hombre no. El otro hombre es bueno. Es el hombre que hace el trabajo sucio en una sociedad sumisamente aborregada ante la tiranía de la injusticia y la desigualdad.
Da horror echar la vista atrás y recordar como los obreros egipcios morían en los fosos de adobe para alzar pirámides funerarias que eternizaran la majestad de sus faraones mientras estos se maquillaban con polvos de El Fayum, y contrastar esta perversidad histórica con la explotación actual de los niños hambrientos del mundo. Sólo en México, tres millones de criaturas amanecen cada día sin más horizonte que llenar la tripa para no morir de hambre hoy, mientras el top-ten de los magnates magrea una fortuna de 500.000 millones de dólares. Diga que esto es demagogia, pero la realidad tiene rostro y hay espejos donde los vampiros que chupan la sangre del prójimo no pueden evitar su reflejo.
Remover el arado por los surcos de la procacidad humana siempre conduce a las entrañas del Vaticano. ¿Qué dirá la iglesia católica al recordar aquel veredicto mesiánico sobre la imposibilidad de que los ricos entren en el Reino de los Cielos? Hasta ahora lo único conocido al respecto es el arrobamiento místico que la Rota manifiesta hacia los inquilinos del papel cuché.
El arzobispo de Valencia protesta por los videos "eclesiásticos" del equipo ché, mientras el catolicismo prostituye sus principios cobrando a los parroquianos los servicios sacramentales que realiza. Al parecer, ahora también quiere cobrar tasas por los derechos de imagen de los frailes suplantados.
Que no se escuden en Teresa de Calcuta que fundó una leprosería con la subasta del Linconl que le regaló Pablo VI. Ni en Vicente Ferrer divorciado de la Compañía de Jesús para entregarse a los indigentes gracias al apoyo de Indira Gandhi. Ni de Cáritas sustentada por la compasión popular. Ni de los temerarios misioneros amazónicos, ni de tantas buenas personas como los mercenarios de las ONGs, que se desmarcan del binomio Iglesia-Estados para que el pobre aproveche las migas de salud que el opulento esparce por balnearios de lujo. También esto parecerá demagogia, pero el mundo seguirá siendo un nido de hipocresía mientras el norte guarde turno para comprar su iPhone, y el sur haga cola por un plato de sopa.