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Jueves 14/11/2024
 
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El Loco de la salina

A Paco F. Frías

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Me han dicho de buena tinta en el manicomio que ya has dejado de escribir tu acostumbrado artículo de los domingos. Y además me aseguran que el motivo que aducías en tu última colaboración es precisamente que se te acabó la tinta.
Yo estoy tocado, pero esta gente que tanto pasea por el patio dice demasiadas tonterías. Me preguntaba cómo iba a ser por eso y, como no me lo acababa de creer, porque García Bozano tiene toda la tinta que pudieras necesitar, he leído atentamente lo que escribiste el domingo pasado con el título “Se me acabó la tinta”.

Efectivamente, lo que yo decía, no es por falta de tinta. Como dices, hay veces que las musas se esconden, la inspiración se va y el cansancio aparece haciendo de lastre que nos hunde en esa sensación extraña que nos impide coger el bolígrafo con ilusión. En ese tu último artículo hablas de agradecimientos y este loco no podía ser indiferente a unas palabras que necesitan de urgente reciprocidad.

Agradecidos, nosotros a ti. Tú has hecho el esfuerzo de elaborar un artículo cada semana y, aunque los lectores hemos ejercitado la mente al leerlos, el sudor lo has aportado tú, con lo que la cosa no tiene color ni comparación. Se equivocan los que creen que las líneas de una colaboración como la tuya se escriben en un cuarto de hora y de aquella manera. De modo que, al menos en lo que a mí respecta, no quiero que esto acabe con la manida frase de despedida: “adiós, nos vemos por ahí” y por eso aprovecho este rincón para darte las gracias por tus numerosos artículos y para que sepas de mi reconocimiento sincero.

Este loco te quería dedicar simplemente estas líneas, para que tengas el convencimiento de que vamos a echar de menos el sonido característico de las campanas de tu Campanario. Unas veces sale un artículo mejor que otras; hay ocasiones en que uno puede estar más o menos de acuerdo con lo que has ido escribiendo, pero nadie puede poner en duda que cada colaboración tuya ha sido trabajada, medida y escrita con la mayor de las sinceridades.

Somos casi de la misma quinta y hemos vivido juntos la mayoría de las cosas que has ido contando. No has mentido al retratar la cantidad de cosas que han condicionado nuestras vidas. Lo has hecho con pasión y con trabajo. Cuando topabas con la Iglesia o con lo que a ti te parecía injusto, saltaban los de toda la vida de Dios. Muchas veces ladraban los perros, pero tú seguías exponiendo tus ideas, a sabiendas de que hasta los ladridos son una manifestación de la única libertad de expresión de que algunos disponen. Y los perros, escondidos cobardemente en el anonimato, hubieran dado la vida por morderte y atacarte, cuando tú sencillamente estabas exponiendo tus pensamientos.

El problema es que algunos piensan que la democracia es otra cosa y desde luego no tienen ni idea de lo que para nuestra generación supuso haber conquistado la libertad, haberla mantenido y seguir hoy teniendo la posibilidad de transmitirla a nuestros hijos y nietos. Nos vemos poco, Paco. Nos conocíamos de oídas antes, aunque tuvimos un mayor contacto cuando cantaste de bajo en el Coro “La Estantería” de la Peña Colorín-Colorao”. Por cierto, eras un bajo excepcional y te confieso que fuiste el primer buen bajo que yo había escuchado de cerca.

Estamos hablando del año 1992, es decir, hace casi 20 años. Después nos hemos visto por la calle y nuestro saludo siempre ha sonado a mucho aprecio y a bastante alegría por vernos. Luego, nos despistamos, entre otras cosas porque a mí me encerraron en este manicomio desde cuyo patio observo con atención tu Campanario.

El concepto que tengo de ti es que eres un hombre cabal, responsable y muy buena persona. Sin embargo no sabía de tus buenas cualidades de escritor, aunque después las he ido comprobando. Bueno, Paco, deseo que tengas el reconocimiento de un compañero de fatigas, que, aunque está loco, aún guarda la suficiente cordura para agradecerte cada uno de los 513 artículos que volcaste en este periódico. Un abrazo de los que esperamos que no te vuelva a faltar la tinta. .

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