Esta semana se ha derribado Villa Maya. Para muchos, apenas significará nada el nombre de este pequeño chalé de Las Palmeras, en los altos del Limonar. Era una casita coqueta y modesta, sin particular valor. ¿O sí?
La casa fue, tiempo atrás, durante la guerra civil, consulado de México y allí su titular, Porfirio Smerdou, refugió a cientos de personas a los que salvó la vida. Literalmente cientos, y no sólo en la etapa del llamado ‘terror rojo’. Algunos conocemos muchas historias familiares de lo que allí sucedió, a pesar de que entre los refugiados se impuso una cierta ley del silencio sobre cómo transcurrieron esos días difíciles. Años atrás, al presentar un libro de Diego Carcedo, tuve la oportunidad de cruzar al otro lado del espejo. Y no era agradable.
En fin, seguramente en otro lugar, la historia de Villa Maya, donde tenían incluso un mapa tipo tetrix para organizar el suelo por la noche, ya que dormían como sardinas en lata, hubiera dado para una buena película. Carcedo, de hecho, tituló El Schindler de la guerra civil para llamar la atención sobre su heroicidad. Pero ni por esas. Villa Maya quedó olvidada y ahora ya forma parte de los escombros de la memoria, allá donde habita cernudianamente el olvido. Es posible que no tuviera sentido conservar el viejo chalet. O sí. Pero una vez más, lo que provoca perplejidad es que ni siquiera haya habido debate. Sólo Málaga Ahora intervino, pero el alcalde, informado personalmente, no levantó el pulgar. Tampoco la Junta a la demanda del autor de ‘La lista de Smerdou’. La reclamación decayó por silencio administrativo. Un silencio, en fin, que es algo más administrativo… Toda una metáfora.
La desmemoria, vinculada a la indiferencia, es otro de los pecados de esta ciudad. Todo olvido es una forma de mentira colectiva, como dice la gran reportera Alexievich; pero la desmemoria es algo más que olvido. No se trata ya de no recordar, sino de renunciar a recordar. En definitiva sepultar la memoria para no hacerse responsables de ella.