—Tres años después de asumir su cargo, ¿cree usted cumplidos los objetivos que se había marcado desde el principio?
—Desde mi punto de vista hemos conseguido gran parte de los retos que nos habíamos marcado. A nivel organizativo, por ejemplo, me siento muy satisfecho, porque hemos logrado un equipo directivo estable, algo que entonces no existía. Piense, por ejemplo, que entre octubre de 2000 -momento en que abrió la prisión- y diciembre de 2006 -cuando asumí la dirección- hubo tres directores distintos, y cuatro subdirectores.Esto ha sido especialmente difícil, porque en el Campo de Gibraltar siempre ha existido el problema de la movilidad de los funcionarios.
—¿Podría recordar las circunstancias en que se hizo cargo del centro penitenciario?
—Cuando yo llegué las circunstancias estaban muy difíciles. El 18 de diciembre es una fecha muy rara para asumir cualquier trabajo, pero la urgencia del momento, por la marcha de la anterior directora, lo requería.
—En aquel entonces, ¿cuáles eran sus prioridades?
—Además de la estabilidad del equipo directivo, contaba con el problema de déficit de funcionarios. En el informe que envié a Instituciones Penitenciarias a los días de tomar posesión hice un diagnóstico del área de régimen en el que reflejaba que había 13 funcionarios para 1.820 presos. Hoy, que tenemos muchos menos internos, tenemos 22 trabajadores. En aquella época, también nos faltaban juristas y psicólogos, unas carencias que hoy también tenemos cubiertas, así como la de sanitarios.
—Uno de los principales logros que se le atribuye durante su gestión ha sido la erradicación, adelantada por este diario hace algunas semanas, de las muertes por sobredosis dentro de la prisión.
—Esto es algo que me satisface enormemente. Durante los tres años que llevo en el centro penitenciario, los momentos más duros que he tenido que pasar han sido, precisamente, aquellos en los que he tenido que comunicar a unos familiares la muerte de un ser querido, y más aún, decirles que no ha sido por muerte natural. En diciembre de 2007, se me cayó el alma al suelo al comprobar que habíamos tenido siete muertes por este motivo, y gracias a los programas que hemos puesto en marcha, y aunque al año siguiente continuamos teniendo una muerte, en todo el 2009 no hemos tenido un sólo caso.
—¿Cuáles han sido las claves que han dado lugar al cese de las muertes por este motivo?
—En la cárcel de Algeciras batallamos contra la droga a través de tres frentes, principalmente. El primero de ellos es el del módulo específico que tenemos para los drogodependientes, el módulo siete, en el que los internos siguen un programa de deshabituación y con la ayuda de organizaciones no gubernamentales. Otro frente, a nivel preventivo, es el protocolo que hemos adoptado en Botafuegos para la detección de droga en los ingresos y regresos de permiso de los internos. Sólo tres o cuatro prisiones en toda España tienen este protocolo y a nosotros nos ha ido muy bien. Precisamente, ahora tenemos a un interno de nuevo ingreso que está en su celda con ocho bellotas de hachís en su interior que detectamos a través de placas radiológicas. En tercer lugar, está la entrada de drogas por los encuentros vis a vis, en los que también ponemos especial cuidado.
—¿Se da con mucha frecuencia la introducción de droga en la prisión a través de los encuentros con familiares?
—Este año ha tenido lugar la detención de dos familiares que en los vis a vis trataron de introducir hachís en la prisión. Naturalmente, estas personas pasaron a disposición judicial. Además de los registros, intentamos concienciar a los familiares del peligro que conlleva la droga, especialmente dentro de un centro penitenciario, para evitar este tipo de conductas.
—¿Qué ha supuesto para Botafuegos la inauguración, este verano, del Centro de Inserción Social para internos de tercer grado?
—La potenciación de los CIS, en general, ha sido muy importante. El hecho de haber bajado la población reclusa es muy importante, pero sobre todo ha servido para que los internos en tercer grado no tengan que estar en la cárcel.
—A pesar de la reducción de internos, ¿sigue estando superpoblado el recinto?
—Desde mi punto de vista los centros como éste pueden funcionar perfectamente hasta los 1.600 presos. La cárcel tiene 1.008 celdas, además de las plazas del módulo 15 y la enfermería, lo que quiere decir que podría llegar a albergar hasta a 2.016 reclusos.
—Otras cárceles están muy superpobladas, ¿se mete a demasiada gente en la cárcel en este país?
—Teniendo en cuenta que en índices delictivos tenemos 10 puntos menos que el resto de Europa y sin embargo tenemos 10 puntos más en número de presos, las alternativas, como los centros de inserción, me parece muy buenas.
—Su creencia en la reinserción social, ¿es siempre inquebrantable?
—A menudo me preguntan qué es para mí la reinserción.Desde el punto de vista técnico-jurídico, es el equilibrio entre la prevención general y las medidas sancionadoras. De lo que estoy seguro que no se trata es de que los funcionarios penitenciarios tengamos una varita mágica para convertir a nadie en un ciudadano modelo. Nosotros lo que intentamos es que la población reclusa, que entra en la institución con carencias formativas, educativas y de todo tipo sepa que aquí se le oferta, porque siempre es voluntario, un modo de corregirlas.
—Un modo muy útil para la reinserción es la formación, ¿Cuántas personas se benefician de los programas formativos de la prisión?
—Actualmente, tenemos a más de 400 presos repartidos en 22 cursos formativos. Los seleccionamos cuidadosamente porque lo interesante es que se le ofrezcan a personas que vayan a terminarlos. Además, los títulos no tienen una connotación negativa porque se hagan dentro de los muros de una prisión. Tienen igual validez que los de fuera
—¿Qué opinión le merece la labor desarrollada por las ONGs dentro de la prisión?
—Las asociaciones son la herramienta que junto a las instituciones vertebra la sociedad. Su labor es muy importante, porque mientras nuestra opinión puede tener un carácter viciado, subjetivo, la visión que ellos tienen es objetiva, y se basa en la excelente labor diaria que desarrollan dentro de los muros de la cárcel.
—Teniendo en cuenta que sólo hay dos psiquiátricos penitenciarios en toda España, el de Alicante y el de Sevilla, ¿hay muchos enfermos mentales metidos en la cárcel?
—Claro que hay muchos enfermos mentales. Precisamente por ello, tenemos un programa específico destinado a ellos, con unos ocho o diez integrantes. En cualquier caso, esto es una cuestión complicada, ya que hay que diferenciar lo que es un psicópata de personas que tienen una patología mental o trastorno, como puede ocurrir con los sociópatas. Además, cuando un preso llega pasa por el filtro del juez que pone la condena y de los médicos forenses que evalúan su estado mental.
—Este año ha recibido la Medalla de Oro de Instituciones Penitenciarias y el reconocimiento de la Guardia Civil. También ha recibido en estos años la medalla de la Policía Nacional con distintivo blanco. ¿Qué suponen para usted estos reconocimientos?
—Para mí fue una auténtica sorpresa, especialmente lo de recibir la máxima condecoración de las instituciones penitenciarias. En el caso de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, eso da idea de las excelentes relaciones y la colaboración mútua que existe entre el ámbito penitenciario y con la Policía Nacional y la Guardia Civil.
—Hemos hablado mucho sobre sus logros, pero, ¿Cuáles son sus próximos objetivos?
—El primero es lograr una adecuada clasificación de los presos, que va a ser posible en gran medida gracias a la habilitación del CIS. Durante estos años, hemos tenido que ir colocando a los que llegaban donde podíamos, donde encontrásemos un hueco. Cada preso tiene que estar en su lugar. Por otra parte, desde que estoy aquí hemos creado tres módulos de respeto, en los que se elige a un responsable entre los presos que regula la convivencia entre los internos a su cargo. Este año queremos crear un cuarto módulo de esta naturaleza.