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Viernes 15/11/2024
 
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Málaga

Vivir “con el miedo en el cuerpo"

Tras dos años de suspensión, 5 familias de la Palmilla se enfrentan al desahucio en uno de los barrios más castigados de Málaga. El letrado que las atiende, José Cosin, advierte de una oleada de desahucios tras las suspensiones de 2014: “deben pedir prórroga antes de que sea tarde”

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Viven de nuevo con el miedo en el cuerpo. Tras dos años de ‘relativa tranquilidad’, el sudor frío de verse, literalmente, en la calle, recorre otra vez el cuerpo a cinco familias de la Palmilla que reviven la pesadilla de la amenaza de desahucio. Para otra de ellas, sin embargo, es la primera vez. Y la lista podría ser más larga, según advierte José Cosin, abogado y activista del barrio que apunta a que la historia se puede repetir, aquí, y en otras zonas. “Apenas se han cumplido dos años desde que se suspendieron muchísimos desahucios con una moratoria de veinticuatro meses, al no haber pedido una prórroga, que la mayoría de familias desconocen que pueden solicitar, están comenzando de nuevo a llegar las órdenes de lanzamiento”, indica.

Un perfil se repite en varios de los casos en este barrio, uno de los más castigados por la crisis en Málaga: mujer, madre soltera, abandonada por su pareja e, incluso, víctima de malos tratos. “Ahora vuelven a estar con la Espada de Damocles sobre la cabeza, pero vamos a luchar por prorrogar la suspensión, aunque queremos dejar de manifiesto que esto no es la solución, necesitan un alquiler social razonable a los precios de la Palmilla, donde la vivienda está mucho más barata”, incide.

Y es que Charo, una de las afectadas, que relata su historia bajo la atenta mirada de su hija, adolescente, no quiere irse del barrio, “obrero, trabajador y donde siempre he vivido”. Es el único caso que padece por primera vez lo que es vivir pendiente del timbre de casa. En paro, “el trabajo que consigo me da para llevar el pan a mi casa, con la ayuda que me dan vamos tirando pero no puedo pagar, luz, agua ni nada”.

La pescadilla que se muerde...
“Su caso además es muy llamativo, para ayudarla los Servicios Sociales necesitan que tenga un informe de exclusión social, que sólo le darán, dicen, cuando la desahucien y ya será demasiado tarde, es la pescadilla que se muerde la cola”, critica Cosin. El letrado insta a las administraciones a “parar esta nueva oleada de desahucios y que dure, que no nos encontremos con el mismo problema dentro de dos años, se merecen una vida, no únicamente sobrevivir”. ‘El abogado’, como así lo llaman en el barrio -estuvo viviendo allí casi dos años- alienta a las familias que estuvieron a punto de ser desahuciadas hace dos años y lograron la suspensión a informarse “para pedir la prórroga a tiempo, para que después no sea tarde, en los próximos meses estaremos ante un aumento de notificaciones”.

Están dispuestos a plantarse a las puertas del Ayuntamiento de Málaga, “respaldados por las cientos de familias que ya perdieron su hogar” al albor de los peores años de una crisis económica que parecen resistirse a dejarnos. Así amenaza Jesús Rodríguez, conocido por todos como ‘El Chule’. “Nos llegan familias destrozados, se han perdido tantísimos derechos... la sociedad los desahucia, los echa, los trata como delincuentes”, lamenta.

Defensor de cambiar el destino de la Palma-Palmilla, donde sí que entran los taxis aunque en los reportajes de cadenas nacionales nos vendan una imagen distorsionada, Chule rechaza que se convierta en un ‘guetto’. “Aquí ponen un rastro los fines de semana y al que vende fruta, pan o zapatos, la policía viene y se lo quita, lo echan a un camión y lo tiran, eso lo único que va a provocar es que la delincuencia aumente más”, relata. “Le parte el alma” pensar en el destino de estas familias para las que pide “sus derechos básicos y dignidad”.

“Me aplazaron el desahucio para el día 19, me han dicho que ese día no vendrán, pero no me aseguran que no vayan a ir dos días después”, dice Charo. Vivir “con el miedo en el cuerpo” se ha convertido en parte de la rutina, mientras se resisten a que los echen de la Palmilla, un barrio lastrado por la etiqueta de marginal. “Yo lo que quiero es que nos den una oportunidad, tengo a mis hijos que están estudiando y no tengo marido, no dependo de ningún hombre, sólo de mi”, pide Charo, que culmina su relato insistiendo en que “aquí no sé cómo vamos a acabar, por un ‘cacho’ de pan nos estamos matando”.

La dureza de las historias, de quienes afrontaron contarla en alto para el papel, o en bajito únicamente para la reunión, no les hace mella en la sonrisa que asoma para la foto mientras bromeamos. Porque la vida, aunque dura, sigue su curso en la Palmilla.

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