Ambos directores, representantes de dos momentos diferentes de la industria audiovisual estadounidense y dados a conocer casi con tres décadas de diferencia, firman dos cintas que se desarrollan en entornos antónimos, Adam, de Mayer, en un céntrico barrio neoyorquino y Adam Resurrected, de Schrader, entre un psiquiátrico israelí de los años 60 y el Berlín de los años 30 y 40.
Las cintas coinciden, no obstante, en la fuerte carga psicológica que emanan: Adam Resurrected por contar la historia de un superviviente de un campo de exterminio nazi y Adam por mostrar las dificultades de un joven con síndrome de Asperger, que es incapaz de expresar emociones y entender algunos de los entresijos de la sociedad.
Schrader narra la vida de Adam Stein –encarnado por el actor Jeff Goldblum–, un exitoso payaso berlinés cuya fama y familia se desmorona en 1944 cuando es trasladado a un campo de exterminio nazi.
Allí se ve obligado a hacer de mascota del comandante nazi Klein, un perverso personaje interpretado por Willem Dafoe, que cambia su forma de ver la vida después de asistir a un espectáculo circense.
La cinta presenta una importante carga de símbolos, elipsis y fases oníricas, y muestra un punto de vista diferente del holocausto judío.