Qué poco original, pensarán los ojos lectores que suelen detenerse en esta columna. Después de tres semanas la hablilla repite título. Cierto, unas cuantas veces se ha asomado al final de la Cuaresma como una corona invitando a curiosear sobre la Semana Santa, si bien el septenario no entiende de almanaque, ni de clima. Si hay algo que la identifique es la claridad del amanecer y el olor a azahar que propagan los naranjos. Estos días hemos participado de una poda a destiempo de cuantos crecen en las calles más céntricas, aisladas del trasiego rutinario para evitar un percance, agradeciendo este repliegue circunstancial propagando el olor suave de las ramas recién cortadas, el de las flores de azahar al ser sacudidas antes de dejar caer los pétalos sobre el pavimento.
El incienso sale con timidez de los comercios para remover la nostalgia, para volver a la bola de cera, a las manos pequeñas que no podían con ella, a los guantes manchados, a los pies doloridos, al bocadillo y el zumo en la iglesia tras la procesión. Estos fogonazos aparecen antes del miércoles de ceniza, en cuanto nuestra alameda huele al clavo de los roscos al escaparse de la pastelería, fogonazos que tampoco enturbian el vistazo, la lectura curiosa del anuncio en un escaparate informando del incienso con olor a pétalos de rosa, los capirotes de rejilla y el cambio disimulado de los zapatos por alpargatas negras rozando el bajo de la túnica. Hay cosas que no cambian, aunque se modernicen por obra y gracia de los años y en el caso que nos ocupa, van facilitando ayuda en el esfuerzo penitencial.
Dentro de siete días veremos las miradas curiosas que, con meses de vida, lloran o sacuden los brazos con el redoble del tambor, sonreiremos con otro par de ojos de una sola cifra que desfilan orgullosos formando parte de la banda por primera vez, intentaremos contar los pares de pies que asoman por el lateral de un paso, descubriremos nuevamente los rostros y los brazos bronceados, fruto del senderismo o la caminata por la playa, a la gente esperando en fila para ocupar su asiento en la carrera oficial, al tiempo en que la memoria vuelve a anudarse en la garganta al echar de menos al vendedor de coquis, al del canasto alargado ocupando sus mitades con roscos y garrapiñadas, al pinchazo en el dedo al asegurar el corchete del fajín, a perder el número de subidas a la azotea para asegurar que sigue clavada la esperanza.
Esta Semana de Pasión es la de los nervios por la incertidumbre. También es la de la luna de primavera, la que ilumina la noche mientras el frío se encapricha con vehemencia en oler a verano.